11/11/12
La Unión Interparlamentaria ha establecido unos parámetros, generalmente aceptados por las Naciones Unidas, que sirven de fundamento a la llamada “cláusula democrática” que pueden resumirse así: Siendo que el poder público reposa en la voluntad popular, ésta debe expresarse mediante elecciones auténticas, libres y justas, periódicas, sobre la base del sufragio universal, igual y secreto. La autenticidad de la elección requiere un organismo electoral imparcial y un proceso transparente.
Por tanto, en Venezuela no hay elecciones auténticas porque el organismo electoral no es imparcial, el proceso electoral no es transparente, no sólo en el acto de votación, sino en el escrutinio, la totalización y la auditoría de los resultados, todos completamente inescrutables.
Obviamente el voto no es secreto, puesto que la huella dactilar del elector es la que activa la máquina para luego proceder a pulsar la tecla del voto, por lo que cada huella dactilar está casada con un voto y la secuencia inversa permitiría responder la pregunta ¿quién activó la máquina?
Incluso, se ha visto que los electores son acompañados por miembros del PUSV detrás del paraban, como muestra el video brasileño titulado “Así se vota en Venezuela”, que es una verdadera vergüenza nacional.
Las elecciones no son libres porque se actúa bajo presión, chantaje y permanente intimidación. La mera amenaza de “guerra civil”, equivalente a muerte violenta, daños físicos, destrucción y confiscación de bienes, completamente creíbles, que causan impresión en persona sensata, vicia la manifestación de voluntad.
No son justas, porque no se corresponden con ningún sentido de la palabra justicia, sea como igualdad, porque es evidente el ventajismo; sea como proporción, que no existe en absoluto; sea como algún tipo de armonía entre las partes, para lo que bastaría con revisar el discurso oficial; no existe equilibrio, sino abuso y apabullamiento.
La llamada “operación remolque” que consiste en carretear personas a votar por la fuerza, es violatoria de derechos humanos fundamentales, siendo que votar es un derecho y no una obligación coercible; pero además constituye un bluff, para justificar un cambio de tendencia en las votaciones que, por poco que se analice, resulta ser completamente imposible.
Cuando se trata de movimientos de masas que involucran a millones de personas, no es posible que un desbarajuste de última hora pueda modificar una tendencia; pero se ha vendido esa leyenda de que después de las cinco de la tarde se puso en marcha “la maquinaria” para revertir una tendencia que ya se había perfilado inequívocamente.
Sin dejar de lado que un militar en servicio activo no puede optar a cargos de elección popular y que el gobierno de la república debe ser siempre alternativo, todas estas razones vician de nulidad absoluta las elecciones del 7 de octubre de 2012, tal como se dice de las de 1952 y el plebiscito de 1957.
Todo el mundo sabe que es inútil acudir a la llamada Sala Electoral del llamado TSJ porque en Venezuela no hay división ni contrapeso de poderes, ni existe ningún control jurisdiccional de los actos del gobierno y la complicidad del socialismo internacional, incluyendo a los demócratas norteamericanos, hace imposible lograr que los militares venezolanos y las fuerzas de ocupación cubanas cumplan con ley alguna.
Por tanto, esto sólo puede “decirse”, alto y claro, para que quien tenga que oír, oiga.
LA OPOSICIÓN INCOMPRENSIBLE
El misterio más profundo de los profetas de la “oposición” es: ¿Cómo se puede ser defensor furibundo del CNE (es decir, del gobierno) y seguir siendo “oposición”?
La “oposición” niega que el ejecutivo controle las elecciones, pero además lo hace contra toda evidencia, porque es evidente que SI las controla: lleva el registro electoral, o sea, quien puede elegir y quien no; habilita e inhabilita candidatos, o sea, quien es elegible y quien no; modifica los reglamentos electorales cuándo y cómo le da la gana; cambia y redistribuye las circunscripciones electorales a troche y moche; migra poblaciones, electores, candidatos; inventa y quita pasos, trámites y requisitos del proceso incluso sobre la marcha del mismo proceso; pone y quita máquinas nuevas o viejas; crea y elimina centros de votación y mesas como se le ocurre; pone, deja y quita del tarjetón lo que le sale del forro; crea estaciones para información que nadie le está pidiendo, en fin, sería interminable tan sólo reseñar las arbitrariedades del CNE que, en realidad, son arbitrariedades del gobierno.
¿Cómo que no controla las elecciones? El CNE dice lo que el comandante quiere que diga, cuando y como quiere que lo diga, incluso las inverosímiles cifras de supuestos resultados electorales, que ni poniendo el mayor esfuerzo se pueden creer.
Este es un régimen definido como controlador: tiene un control de cambio permanente y definitivo; control de precios, algo que se ha demostrado no sólo económica sino históricamente imposible de hacer; control de las comunicaciones radioeléctricas, de internet, impresas y de cualquier otro tipo, lo que llaman hegemonía comunicacional; control de la información, de la educación, de la cultura en general; de todos los poderes públicos y de la actividad privada. Tiene controles sobre los controles.
Pero lo único que el régimen no controlaría, según la “oposición”, es el proceso en el cual supuestamente pone en juego su permanencia en el poder, o sea, del que dependen todos los demás controles. ¿Quién puede entender esto?
La “oposición” siempre habla de testigos en las mesas o en la sala de totalización, jamás de miembros de mesa o funcionarios, que son todos del gobierno; no controlan ninguna dirección, departamento o división, ni siquiera la fiscalía de cedulación como era tradicional; son unos mendicantes totalmente fuera del sistema, sin poder alguno.
Luego dice cosas tan cómicas como que no hay casos en que las actas que emiten automáticamente las máquinas de votación difieran de los escrutinios publicados por el CNE, o sea, que lo que dice el CNE coincide plenamente con lo que dice el CNE.
Finalmente, son incomprensibles los enormes recursos que invierte la “oposición” para demostrar que sí perdieron, pero que además, perdieron bien. Las inmensas evidencias del fraude continuado se reducen a ventajismo, abuso de poder, malversación de fondos públicos, presión sobre la miseria de electores vulnerables, sin que esto sea poca cosa; pero fraude, no, eso jamás, el CNE es más que pulcro, impoluto. Pero, ¿por qué habría de serlo? Si en Venezuela existen muy pocas razones para no delinquir, el CNE no tiene ninguna para ser medianamente decente.
Tratar de explicar razonablemente esta incomprensible conducta de la “oposición” merecería capítulo aparte, pero lo que salta a la vista es que existe un pacto con el gobierno, una suerte de mutuo reconocimiento: legitimidad por supervivencia. Aceptación de un status a cambio de “espacios”, sin dejar de lado el vil metal que nunca falta y aceita todas las bisagras, incluso los goznes en donde gira la vergüenza.
El régimen sólo reconoce aquella “oposición” que trabaja para él; cualquier otra sólo puede contar con la inexistencia.
LOS HIJOS DE NADIE
A los líderes de la “oposición” les gusta decir que quienes alertan sobre el fraude son unos locos y que no saben nada de política. Su artillería pesada se dirige contra personas a las que ni siquiera les reconoce existencia, pues si fuera cierto que el país está dividido en dos toletes, gobierno y “oposición”, no hay espacio para más nadie, los nini se esfumaron antes de nacer.
Comienzan su diatriba con ese pronombre indefinido “nadie”, para luego decir lo que atacan: aquí nadie cuestiona la legitimidad del CNE, nadie duda de los resultados electorales, nadie ha probado el fraude, nadie se opone a la intervención del estado en la economía, nadie es de derecha, nadie es liberal, nadie promueve un golpe, y así van.
Cuando se les enrostra que sus políticas favorecen la permanencia del régimen en el poder, contestan que hay que parar a la derecha, evitar un golpe pinochetista, etcétera y olvidan súbitamente que renglón arriba habían afirmado que la derecha no existía, que nadie promueve un golpe, etcétera.
Admiten todas las arbitrariedades del CNE, que no es un árbitro imparcial, es más, ni siquiera puede llamarse árbitro, no es transparente y menos confiable; pero sin solución de continuidad claman que ¡hay que votar! Porque si no, le estaríamos regalando el país al gobierno sin luchar. Ahí olvidan que las elecciones las organiza y las paga el gobierno, cuyo gasto en elecciones sólo es superado por lo que gasta en armas.
La división del trabajo indica que la oposición lleva los electores a la molienda electoral y el gobierno es el que reparte los votos; entonces, ¿qué sentido tiene votar? Bueno, que si el que parte y reparte se lleva la mejor parte, algo deja pa’ los panas. A eso se llama “ganar espacios”, aunque sean fraudulentos.
Dan como una prueba de que no hay fraude que haya gobernaciones de la “oposición”, cuando en realidad deberían explicar cómo es posible que la “oposición” tenga gobernaciones con un sistema fraudulento, además muy ordenadas: Zulia para un Nuevo Tiempo; Miranda para Primero Justicia; Carabobo para Proyecto Venezuela; Táchira para COPEI; Nueva Esparta para AD. Los otros 18 estados son del gobierno (salvo los que saltan la talanquera), un sistema muy equitativo.
La verdad verdadera es que son equivocados por necesidad, sufren del síndrome de Chamberlain, porque no quieren arriesgar sus instituciones y sueñan en contemporizar con un enemigo que solo espera la oportunidad para aniquilarlos definitivamente.
Pero el síndrome Chamberlain tiene fuertes asideros en la realidad: a nadie le gusta la oferta de “sangre, fatiga, sudor y lágrimas” y todo el mundo preferiría que la cosa fuera si no gratis, por lo menos a un precio razonable, que todos estuviéramos dispuestos a pagar, aun con cierto menoscabo de la dignidad.
Lastimosamente, el mundo no es tan benigno como sus buenas intenciones y ni los cubanos, ni las FARC, ELN, ETA, Hamas y Hezbollah se van a ir por las buenas; ni parece que sea posible pretender que “aquí cabemos todos”.
Es un hecho siempre confirmado que cuando las sociedades no son capaces de resolver sus problemas por sí mismas, otros los resuelven por ellas, en su perjuicio y pasándoles luego una alta factura por los servicios prestados.
Si los países civilizados se toman en serio a sí mismos y a sus resoluciones, parece algo inevitable que saquen las necesarias consecuencias de lo que pasa en Venezuela, donde no se cumplen los parámetros democráticos, ni se respetan los derechos humanos. Si tuvieron sus razones para acabar con Saddam Hussein, Muammar Kadafi y consortes, entonces deben tratar en consecuencia a las tiranías de acá, no sólo porque son idénticas a aquellas sino porque es ostensible que son sus aliados.
Representan un obstáculo para el asentamiento de los valores y, por qué no decirlo, de los intereses globales de las grandes potencias. Así que no parece sostenible en el tiempo que los militares y guerrilleros venezolanos se paseen por el mundo impunemente mientras se implementan medidas cada vez más severas contra Irán, por ejemplo, que parece ser el próximo desafío de occidente.
Entonces el mundo se pondrá otra vez de cabeza y se verá quienes eran los locos y quienes los que no sabían nada de política.