Se conmemoran estos días las jornadas que tuvieron lugar hace dos décadas en la Europa comunista, conduciendo al fin del imperio soviético y de la Guerra Fría. Celebrar las luchas por la libertad es positivo pero me temo que esta vez los festejos ocurren en medio de equívocos que conviene aclarar.
No se corresponde con la verdad utilizar términos como “colapso” y caída” cuando nos referimos a esos hechos. Ciertamente, en un sentido literal el Muro de Berlín ya no existe y tampoco la URSS. Sin embargo su destino final no ocurrió principalmente por las severas grietas internas del comunismo real. La acción humana consciente, decidida y deliberada jugó un papel crucial en el cambio de la estrategia de “contención” de EEUU, que predominó durante buena parte de la Guerra Fría y que Ronald Reagan transformó con su inquebrantable voluntad en una estrategia abiertamente dirigida a derrotar, y no a contener, a los soviéticos y su imperio satélite.
Con frecuencia se olvida este factor esencial de la historia, y muchos piensan que cuando se habla de la “caída” o el “colapso” del Muro y de la URSS nos referimos a sucesos que acontecieron por arte de magia y como resultado de un proceso de inercia, producto de las vulnerabilidades internas de un sistema que asfixiaba la libertad.
Si bien el comunismo estaba podrido las cosas hubiesen podido seguir como estaban quizás por mucho tiempo, o un desenlace distinto materializarse, si no hubiese sido por el impacto de la férrea voluntad de Reagan, ayudado por el coraje de Margaret Thatcher y el Papa Juan Pablo II, quienes optaron por actuar de manera asertiva en lugar de proseguir la línea de contención al comunismo.
El programa militar conocido como Guerra de las Galaxias, basado en la defensa antimisilística, fue uno de los instrumentos que utilizó Reagan para quebrar a la economía rusa y doblegar a sus dirigentes. Pero no fue el único. Los lectores interesados pueden hallar en Internet dos documentos fundamentales, en los que Reagan y su Consejo de Seguridad Nacional articularon la estrategia que dio al traste con lo que para la época parecía un superpoder destinado a sostenerse por largo tiempo. Se trata de las Directivas de Seguridad Nacional (National Security Directives) números 66 y 75 de noviembre de 1982 y enero de 1983.
De modo que el Muro y el Imperio no colapsaron sino que fueron derribados por la voluntad humana. Pero en otro sentido el Muro de Berlín no llegó a su fin hace veinte años. Me refiero al factor espiritual e ideológico.
La URSS ya no existe pero el mito socialista no ha muerto. A pesar de la prueba innegable del fracaso de un sistema por el que se sacrificaron millones, tan sólo para que todo acabase en medio de la opresión, el atraso, la decepción y la desesperanza, la izquierda marxista no ha querido aprender, y tanto a nivel global como en nuestro propio medio renacen los espejismos socialistas como si nada hubiese pasado, aunque algunos inventan nuevas fantasías acerca de un presunto socialismo de libertad y democracia que sólo persiste en sus tercas ilusiones.
Vistas las cosas desde esta perspectiva el Muro de Berlín no cayó. Sobrevive un muro mental que impide a la izquierda entender que el socialismo conduce a la asfixia de la libertad. Ni Chile, ni Alemania, ni Inglaterra, ni Francia, ni los países escandinavos son socialistas en sentido estricto. Son países capitalistas en los que el Estado procura asistir a los menos favorecidos, aparte de hacer cumplir las leyes, que es su deber primordial. Pero esto no es socialismo. Socialista es Cuba.
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