Se pregunta por qué el repudio cada vez más generalizado contra esta dictadura militar corrupta no se traduce en un equivalente entusiasmo por la oposición oficial, que luce estancada, según sus propias evaluaciones más optimistas, en menos del 12% de su electorado potencial.
Además del hecho completamente obvio de que se ha venido desdibujando con el tiempo al adsorber lo que, sin ánimo de ofender, podría llamarse la “chatarra del chavismo”, por el fenómeno de que basta que algún partidario sea desechado por el gobierno para que sea automáticamente acogido por la oposición, debe haber razones para que no inspire confianza al resto del país.
El primer punto no es despreciable: poco faltó para que Antonini Wilson y la banda del maletín pasaran con armas y forrajes a la oposición y no porque ésta los hubiera repudiado, sino porque probablemente encontrarían algún quehacer más lucrativo que el activismo contra sus antiguos socios.
En esta improvisada manera de hacer política, tan distante de convicciones ideológicas, doctrinas y dogmatismos, nadie se ha detenido a calcular qué efecto puede tener en la opinión del hombre común que de repente la oposición estuviera abanderada por Marisabel de Chávez, el general Baduel y Luis Miquelena, pongamos por caso, en la única oportunidad en que el régimen sufrió un revés electoral.
Cuando Ismael García saltó a la palestra con su referéndum abrogatorio contra la Ley Orgánica de Educación, lo primero que trajo a la mente fue la pregunta: ¿y dónde estaba ese señor cuando el referéndum revocatorio presidencial de agosto de 2004, las firmas planas, la lista Tascón? No porque la memoria del pueblo sea buena, sino por el hecho palmario de que esa posición implica la creencia de que aquél referéndum estuvo muy bien, que sus resultados fueron limpios y que, bueno, si aquello fue tan satisfactorio, ¿por qué no usar un mecanismo de resultados comprobados?
De manera que el fraude más descomunal y descarado de la historia de las dictaduras militares que en el mundo han sido, para Ismael García y consortes nunca existió y esa realidad ficticia que los socialistas sostienen a pulso, contra toda evidencia, es confirmada y refrendada por esta nueva oposición.
Porque no es sólo Ismael García, sino Ramón Martínez y con el perdón de lo que puedan estar sufriendo sus familias, Eduardo Manuit y Didalco Bolívar, éste que se tardó 13 años como gobernador para darse cuenta, al salir del cargo, que este régimen no respeta el debido proceso, la presunción de inocencia, ni ninguno de los derechos humanos.
Ya esta oposición era bastante sospechosa cuando estaba dirigida por Teodoro Petkoff, Américo Martín y Douglas Bravo, sobre todo porque no se podía criticar la invasión cubana frente a quienes eran sus promotores y responsables de desembarcos como aquel famoso de Machurucuto, sino porque son más socialistas, clasistas, anticapitalistas y antiimperialistas que el gobierno, por lo que: ¿para qué sirve una oposición así?
OCUPACIÓN CUBANA. Parece natural en este contexto que no digan nada y ni siquiera mencionen la flagrante ocupación del territorio por tropas cubanas y agentes del G2 que para el año 2005, después del referéndum revocatorio presidencial, que hasta allí dieron cifras, montaba en un contingente de 50.000 hombres, convenientemente camuflados de médicos, entrenadores deportivos y otros menesteres menos explicables.
Hoy en día el régimen puede darse el lujo de armar un escándalo universal por la asistencia de personal norteamericano a bases colombianas preexistentes, basándose en la falsificación de bautizarlas como “bases norteamericanas”, sin que nadie pida explicación sobre los militares y policías cubanos en Venezuela, por no hablar de las bases de las FARC en la frontera y de Hezbolá en Perijá y Margarita, según se ha denunciado internacionalmente.
GRAN COLOMBIA. Es otro tema que la oposición prefiere ignorar, pese a que ya el gobierno lo enarbola abiertamente y causa no poca inquietud en el país vecino. Incluso habiendo fundado un comando Angostura, es curioso que no se sepa si la oposición está de acuerdo o no con el proyecto que fue aprobado en aquel Congreso, de fusionar los territorios de la Capitanía General de Venezuela, la Presidencia de Quito, Panamá y la Nueva Granada en una sola República, históricamente conocida como la Gran Colombia.
La cuestión puede sonar quimérica, extravagante e incluso delirante, pero ¿qué no lo es en este gobierno? ¿Acaso lo es menos el socialismo del siglo XXI? Pero ya el punto está en la agenda del debate en Colombia, hay partidos bolivarianos que tienen la fusión como su programa político e incluso las FARC se han adherido al ideario bolivariano, con una trascendencia que no puede apreciarse todavía en toda su magnitud.
Nadie sabe a ciencia cierta qué significa ser “bolivariano”, pero al menos debe ser algo así como seguir el ideario de Bolívar, por lo que puede ser útil recordar sus palabras: “La reunión de la Nueva Granada y Venezuela es el objeto único que me he propuesto desde mis primeras armas”.
CNE. Es otro tema vedado para la oposición o más concretamente deberíamos usar la expresión “fraude electoral”. La explicación de este tabú es que resta confianza a la institución del voto y “promueve la abstención”, por lo que algunos partidos llegaron al extremo de prohibirle el uso de estas palabras a sus militantes, so pena de expulsión.
Más o menos la misma mecánica mental que hizo que en la antigua URSS no se le avisara del incidente de Chernobyl a la población vecina al reactor, para no minar su confianza en la infalibilidad de la burocracia soviética. Mientras tanto, los niños jugaban al descampado, bajo una lluvia radioactiva.
Este sí que es un punto de honor para la oposición oficial, al punto de que la más mínima transgresión, el más timorato balbuceo de crítica a la actuación, actitud o procedimientos del CNE, pasados, presentes o futuros, es fulminado con el rayo de Júpiter: ¡basura abstencionista!
Y nada, ni nadie, los podrá sacar nunca de allí, exactamente como corresponde a los tabúes fuertemente interiorizados que llevan a los insensatos extremos del asesinato ritual del otro pero también del propio auto sacrificio, como queda en evidencia con las inhabilitaciones de candidatos, la judicialización de la persecución política, la esterilización de los pocos resultados favorables y la novísima legislación electoral, que no deja lugar a dudas de lo que se propone.
Pero, ¿por qué el voto ha dejado de ser un medio, entre otros, para resolver controversias políticas, para convertirse en un fin en sí mismo? Porque siquiera pensar en otra cosa es “golpismo”, tabú más aterrorizante que el de la sangre.
VIOLENCIA. Cada paso que da la oposición aclara que su actitud es pacífica, que los violentos están en el gobierno, para lo que ciertamente no necesita de mayor demostración, por aquello de “lo que está a la vista”.
Lo curioso es que sea esa la acusación más recurrente que el régimen le endilga a cualquier crítico, aunque sea la Iglesia, siendo que además de su vocación “putchista” se autodefine como marxista y hasta el más lego sabe que para Marx “la violencia es la partera de la historia” y un requisito sine qua non, casi la cédula de identidad, de la revolución socialista.
Pero esto no es raro en un régimen que acusa a todo el mundo de incitación al odio al tiempo que ofrece como ejemplo de juventudes al Che Guevara, levanta monumentos a Tirofijo y brinda refugio a Timochenko, Iván Márquez y Rodrigo Granda, por no hacer larga la lista.
El pacifismo se ha exaltado como la táctica política de los débiles, al menos en el sentido de no tener poder de fuego, aunque donde ha funcionado se ha compensado esta carencia con el poder del número, como en la India de Gandhi. El problema es que, como toda táctica política, depende de las circunstancias y no garantiza ningún resultado satisfactorio, en cualquier caso.
Pocos analistas dudarían que el pacifismo dio resultado frente a una potencia colonial como la Gran Bretaña, donde tenía importancia la opinión pública interna y el propio sentido del honor o la imagen de sí mismos de los británicos; pero pocos dudan de que hubiera fracasado frente a la Alemania de Hitler o la Rusia de Stalin, que se hubieran divertido horrores exterminando hindúes.
GOLPISTAS. En el caso de Venezuela no está para nada claro el animal que se enfrenta. Parece una insensatez que todavía, después de 10 años, haya gente haciendo llamados al gobierno para que “reflexione”, pidiéndole que “rectifique” o que lo procedente es que “nos sentemos a conversar”.
Si no fuera trágico resultaría cómico que todavía haya empresarios que ponen de relieve el “fracaso” de la política oficial porque el parque industrial se ha reducido a la mitad y uno en su ignorancia se pregunta: ¿pero no y que quieren acabar con la propiedad privada de los medios de producción? ¿En qué país viven esos señores? No se han dado cuenta que el gobierno los quiere aniquilar o es que no lo toman en serio.
La conclusión es que así como la oposición no escucha el discurso oficial o sólo oye lo que le interesa; peor aun es que no escucha para nada al pueblo al que quiere representar. Construye su discurso y luego actúa con base en él, sin tomar en cuenta al mundo exterior. Al igual que el gobierno, considera a la realidad como un obstáculo que hay que vencer, no como un dato que atender para diseñar su estrategia y táctica.
El que se oponga a sus designios es un enemigo a exterminar; pero por lo pronto lo ignoran, tienden a su alrededor un velo de silencio para aislarlo, sobre la base de que lo que no se ve ni se oye, no existe.
La oposición es tan liquidacionista como el régimen, se alimenta del mito de que el país está dividido en “dos toletes”, ellos y el gobierno; los demás venezolanos sencillamente no existimos, ni merecemos existir. Por allí vienen los epítetos de basura abstencionista, gente que se enchinchorra en su casa a rascarse la barriga, guerreros de internet, que no votan porque no les importa el país; pero esto no lo dice el gobierno, no, lo dice “la oposición”.
En cambio prodiga expresiones tan respetuosas como “nuestro presidente”, “República Bolivariana de Venezuela”, nadie nos sacará de la ruta electoral, ganaremos la asamblea en 2010 y las presidenciales en 2012. Su consigna preferida es: “Aquí cabemos todos”.
Alrededor de la fortaleza del régimen la oposición ha cavado su foso de manera que quien quiera atacarla cae en su tremedal y se hunde en la impotencia; hay que saltar con una catapulta o tender por encima un puente levadizo, para no ser devorado por las pirañas.
El régimen tiene una oposición a su medida; pero ¿vale la pena sacrificarse por ella?
Luis Marín
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