Si “no somos Gandhi” para la resistencia tampoco lo seamos para coleccionar derrotas que nos propina un CNE de manos engrasadas.
Que el gobierno no haya entendido, al cabo de casi una docena de años en el poder, que hay páginas que pasar es explicable. La causa es esa especie de óxido que recubre las mentes de quienes se arrellanan en el mando creyendo que es para toda la vida. Aquello de que “el poder absoluto corrompe absolutamente” nunca ha tenido mayor vigencia. Esa corrosión impide pasar las páginas del abuso, de la intolerancia, de la exclusión y de la incompetencia. Para ese tipo de corrosión no hay película protectora distinta a salir del poder.
Lo que sí es incomprensible es que tantos años en la oposición no den fuelle suficiente como para entender que debe ser la Constitución la guía de la vida republicana y la defensa de su contenido el mecanismo más eficiente para movilizar a la sociedad. Que aún no hayamos construido un consenso en torno a los valores a preservar y a los objetivos a alcanzar, por encima de lo coyuntural, es lo que mantiene la brecha entre el liderazgo y la ciudadanía.
Liderazgo necesitamos, convenimos en que los partidos son factores fundamentales en una democracia y nos parece absolutamente legítimo que se aspire a cargos de representación popular. Pero todos estos son elementos que forman parte de la articulación del sistema democrático, no objetivos en sí mismos, ni en medio de una crisis del calibre de la que enfrentamos, ni bajo circunstancias de normalidad institucional. Fomentar la visita a las urnas de tiempo en tiempo a ver quién se cansa primero no es manera de luchar contra algo que todos califican de régimen autoritario que nos conduce al comunismo. Calificar al responsable de ello como “chacumbele” a la espera de que él mismito se mate jamás nos hará merecedores de rescatar nuestras libertades. Y descalificar la lucha estudiantil o negarle respaldo jugando bajo la mesa es, por lo menos, una canallada.
El presidencialismo, el sectarismo partidista y el electoralismo son vicios que desde siempre han puesto en peligro a la democracia. Esta década de poder los ha corregido y aumentado a niveles escandalosos. Son los auténticos componentes del centralismo. No hemos pasado esas páginas. La verdadera “autocensura” consiste en soslayar la Constitución para contribuir, en estos tiempos que debían ser de rectificaciones, a blindar esos vicios con el agravante de que junto a ellos estamos atornillando un régimen que no permitirá ningún relevo que los conjure.
No nos sometamos antes de que nos sometan. No hagamos concesiones a una pretendida y engañosa prudencia. Si “no somos Gandhi” para la resistencia tampoco lo seamos para coleccionar derrotas que nos propina un CNE de manos engrasadas. Sin calle la defensa del voto, en este contexto, no sólo se debilita, se hace imposible. Coger la calle, sin pichirrearla y sin sabotearla funciona. En rigor, es lo único que ha funcionado. Es lo único a lo que teme el régimen –después de los humoristas-, lo demás lo controlan sin mayor problema. Pasemos la página de aquellos vicios antes de que nos pasen a nosotros por encima.
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