Ser radical es ir a la raíz de los problemas sin desatender sus consecuencias. Es buscar soluciones definitivas e irreversibles a los males que se padecen, sin agotarse en repetir diagnósticos conocidos y aceptados por propios y extraños. Médico que no cura se queda sin pacientes. El caso de Venezuela es dramático. Todas las soluciones pasan por el cambio de Presidente como paso previa para la sustitución de un régimen nefasto, responsable de la miseria general, de la corrupción galopante y de la amarga frustración que exhibe la mayoría de la población.
Cualquier consideración distinta es un ejercicio de masoquismo inútil, aunque pueda servir para cubrir apariencias, falsos escrúpulos o justificar comodidad, oportunismo o cobardía. No se resolverá adecuadamente ningún tema, ni se detendrá la caída por el barranco de la destrucción, mientras Hugo Chávez continúe en la Presidencia de la República. El último Mensaje a la Asamblea Nacional, rindiendo cuenta de la gestión del año pasado, lo mostró tal y como es. Un ignorante tan irresponsable como audaz, tan corrompido como corruptor, maestro del disimulo y de la mentira, absolutamente incompetente para gobernar. Recordemos que en 1998 fue elegido constitucionalmente para un período de cinco años sin reelección. Esa es la verdadera base de legalidad de su mandato. Acaba de iniciar el año doce, después de tres procesos electorales y varios referendos dentro de una cadena interminable de trampas y leyes fraudulentas e inconstitucionales. La legalidad de origen ha sido pulverizada por la indiscutible ilegitimidad del ejercicio presidencial.
De acuerdo a las cifras que manejan los especialistas más serios, Venezuela ha retrocedido setenta años en las áreas fundamentales. Siendo el país energéticamente más rico del continente, hoy está sin electricidad, sin agua, sin gas, sin seguridad personal ni jurídica y cada día con menos petróleo disponible para mantener indefinidamente esta fiesta “revolucionaria” que tenemos la obligación de detener, antes de que termine de comunizar la nación y desestabilizar las instituciones democráticas de esta parte del mundo. No hay justificación posible. A estas alturas es inaceptable y falso endosar responsabilidades al pasado que culminó a finales de los noventa. Los culpables están a la vista. Los abiertos y los encubiertos, esos que se han enriquecido sin trabajar, sobre la base de buenos contactos y complicidades con los prevalidos de Chávez.
Exigir la renuncia del Presidente, trabajar para cambiar este régimen y sustituirlo por otro que, al menos, garantice honradez y decencia, es un imperativo categórico de la historia y una obligación establecida en la Constitución y por el Derecho Natural, tan importante o más que el propio Derecho Positivo. No se trata de conspirar para “tumbar” al gobierno, para provocar un golpe militar, ni para satisfacer ambiciones personales o de grupo. Se trata de cumplir con un deber.
Lunes, 18 de enero de 2010
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