Venezuela está saturada de diagnósticos relativos a la naturaleza del régimen castro-chavista. La síntesis es que nada funciona bien y que el país es arrastrado por una corriente de destrucción institucional y moral que, piensa el régimen, facilitará la construcción de la cacareada revolución socialista del siglo XXI. Sin duda el proceso ha avanzado.
Este proceso hay que detenerlo. Hugo Chávez sabe que se acabó el amor, que sus días en el poder están contados después de once años trágicos bajo su conducción. Ha encabezado al grupo de bárbaros más caros de la historia. Tiene muchas deudas pendientes con la justicia nacional e internacional. La cuenta regresiva está en marcha. Pero, no se resigna. No es un demócrata, no cree en la alternabilidad. La apuesta que hace es a mantenerse en el poder como sea, por las buenas, cada día más difícil o por las malas, apelando a la violencia física e institucional, la cual puede resultar hasta peor que la primera.
Ésta es la verdadera razón de la existencia de tantos presos políticos, entre los que me cuento. Se trata de “selectividad victimizante” como lo califica un destacado compañero de prisión. Escoger víctimas que estén en onda con el sentimiento general y silenciarlas. También a los medios, con el objeto de ahogar las informaciones contrarias al régimen, multiplicadas dentro y fuera del país. La represión característica se profundiza por estos días. El “nuevo constitucionalismo” que preanunció la Presidenta del Tribunal Supremo y las reiteradas declaraciones de la Fiscal General, anuncian la muerte del sagrado principio de la separación, equilibrio y autonomía de los poderes públicos. El problema es grave para propios y extraños. La resistencia avanza, la decisión de defender la libertad es irreversible. Chávez perdió credibilidad. Está solo, pero bien armado.
Lunes, 5 de abril de 2010
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