12/06/2011
Una de las perversiones más peligrosas de un gobierno es la impunidad. Por esa grieta se va la justicia pero también la gobernabilidad. Nos referimos a que, inexorablemente, termina con el régimen que la implanta y mantiene. Como las revoluciones, que se tragan a los revolucionarios. Robespierre, quien resolvió ser juez y parte estrenando la guillotina, finalmente tuvo también que ceder su cabeza a la cuchilla. El bochinche de que hablaba Miranda o el desbarajuste que denunciaba Simón Rodríguez. Todo eso desemboca en impunidad. Hay gobiernos que desordenan para reinar sobre el caos. La impunidad es la aparente fortaleza de unos cuantos, la ventaja de los guapos, pero también la tragedia para las mayorías, que un buen día terminan con la situación, de un manotazo sangriento.
La impunidad también obliga a la complicidad. La fuerza sólo protege y ampara a una cúpula de jerarcas. Eso es ser impune. La impunidad impone una doble moral, por un lado te vendes como observante de la ley y por el otro la violas descaradamente. Por un lado te llamas Presidente y por el otro te cargas la Constitución como lo haría un dictador. Eso es inmoral y desmoralizante. La estrategia es paralizar al pueblo con mensajes confusos, frustrantes, cambiar la sangre y enredar las mentes de la gente.
El cinismo con que se manda a caminar en lugar de usar vehículos, a no gastar agua, a ceder propiedades y ahorrar electricidad, contrasta impúdicamente con el derroche de un gobierno enloquecido por la riqueza y el manejo discrecional de los cuantiosos recursos que obtiene de vender nuestro petróleo al detestado imperio. Se llevan nuestra energía y sorben nuestro aliento con sádica impunidad. Nos endeudan por generaciones pero aún contamos los pétalos al tiempo.
La impunidad no sólo es aquella que impone un régimen envalentonado por un control absoluto de los resortes del poder. Impunidad es también la que concedemos cuando permanecemos impávidos ante el avance de la arbitrariedad. Hay una que nos decretan y otra que decretamos cediendo a chantajes y amedrentamientos, así lo disfracemos de prudencia o de astucia. Es la misma doble tragedia de la censura y la autocensura. Una de las partes debe romper el cerco y debe ser la parte afectada, la que sufre. La otra sólo disfruta y se arrellana en el terreno que mansamente se les entrega. El silencio y la tolerancia pasan factura en sumisión y enajenamiento.
El primer paso es un cortafuegos al abuso. Defender lo más obviamente nuestro. Defender la propiedad. Defender la privacidad, defender el salario y defender el derecho a la protesta. Las dictaduras se fortalecen ante los pueblos inermes y comienzan a transpirar cuando se les muestra los dientes. Quebrar el círculo de la impunidad no dejando pasar una. Y lo más importante: saber que nadie lo hará por nosotros.
Macky Arenas
Socióloga y periodista
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