22/07/2011
Así, ¿Quién no se siente invulnerable? Informaciones creíbles aseguran que la seguridad personal del presidente Chávez depende de 2.529 efectivos militares, el G2 cubano, iraníes, Disip y 8 anillos de seguridad constituida por civiles cubanos proporcionados por Fidel, sin contar cocineros, personal que prueba y aprueba su comida y babalaos que en su magia inútil intentan exorcizar efluvios desde el afuera… Para usar el lenguaje del momento, estaría pues blindado a todo enemigo externo, y más que temor al odiado imperio, su miedo radica y se proyecta hacia el más de 50% de venezolanos que democráticamente le adversamos…
No contó quien diseñó el parapeto defensivo, con el enemigo interno, ese, que morando dentro de nosotros mismos acecha, taimado y silencioso, esperando la oportunidad en que las defensas orgánicas, los mecanismos de defensa inmunológicos y mentales decaigan y se descuiden, para atacar con saña y premeditación el núcleo mismo del ser. Desde su atalaya, que consideró inexpugnable, lanzó por años denuestos, insultos y ofensas hacia los más débiles al favor del poder y del odio al que piensa diferente. Al parecer, la introyección de ese mismo odio no pudo ser expulsado por completo; a resultas, se quebrantó al percibir tanto despojado, invadido, olvidado, engañado, menesteroso, abusado en sus derechos, tanta sangre derramada en calles y senderos, tanto exprópiese, encarcélese, aniquílese, regálese…
Siendo la enfermedad aflicción, aislamiento y dolor, pero también recurso, en su caso se ha expresado en evasión, en refugio, en castigo… y sintiéndose un extraño entre el pueblo que tanto dice amar, huyó a protegerse en el regazo materno simbolizado por Cuba y Fidel. La arrogancia del mandón es ahora digna de conmiseración de la multitud.
En la sempiterna lucha de Eros contra Tánatos, este último, la personificación de la muerte no violenta resultó gananciosa, y a temprana edad, le ha pasado una factura con fecha de vencimiento no consignada, recordándole que Dios castiga, sin palo y sin látigo. Un viejo maestro mío aconsejaba preguntar a los pacientes con dolor crónico “¿Qué tanto daño ha hecho usted para ser castigado de forma tan inclemente?”