10/07/2011
Les espían, les humillan, les hacen vestir trapos rojos, les pasan lista en las marchas…
Sin haberlo palpado antes, ni los comunistas -que vivieron, gracias a la democracia entre conspiración e intriga- ni los demócratas, ahora muchos compatriotas necesitados trabajan en silencio en instituciones del régimen chavista conviviendo con la humillación, la persecución y el ostracismo.
No los han despedido porque sus jefes suelen ser muy ignorantes y dependen de su genio creador.
No obstante, les espían, les humillan, les hacen vestir trapos rojos, les pasan lista en las marchas y concentraciones, no les conceden vacaciones y convierten su sufrimiento en espectáculo.
Para colmo, juzgamos acremente a aquellos que trabajan para el Gobierno, por considerarles colaboracionistas.
Un paciente mío me comentó que leía y releía al psiquiatra Viktor Frankl (El hombre en busca de sentido), el creador de la logoterapia, que fuera un sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz, que todo lo había perdido, que había visto destruir todo cuanto valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio y sin embargo, se las ingenió para aceptar que todavía su vida era digna de vivirla; en otras palabras, muy en su interior se mofaba a cada instante de sus carceleros al constatar que lo único que tenía era su existencia desnuda. Aconsejaba, “si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.
Hay en psiquiatría un estado de ánimo que se conoce como la “ilusión del indulto”, según el cual el condenado a muerte, en el instante antes de su ejecución, concibe la ilusión de que le indultarán en el último segundo. Los venezolanos podemos contar con ese indulto al mirar el deterioro que se ha infligido el mismo proceso.