5/9/11
Se trataba de una contradicción inadmisible y contra de ella se alzo Chávez el mismo día de su toma de posesión, primero cuando juro su cargo sobre “sobre esta moribunda Constitución”, y ahora más tarde, ya como Presidente, al firmar el decreto que convocaba al pueblo a decidir en referéndum la elección de una Asamblea Constituyente, no para reformar la Constitución de 1961, sino para darle a Venezuela un fundamento jurídico totalmente diferente, que le abriera el camino para llegar adonde ha venido llegando sin necesidad todavía de recurrir a las armas ni a la aplicación abierta de la violencia física.
Pocos días después, Cecilia Sosa. Presidente de la Corte Suprema de Justicia, completaría la jugada, al avalar la tesis inconstitucional de Chávez sobre el poder soberano del pueblo para convocar la elección de una Asamblea Nacional. Por último los partidos políticos de la oposición, a pesar de contralor la mayoría de los escaños parlamentarios, autorizaron a Henrique Capriles, entonces Presidente de la Cámara de Diputados, para aceptar sin chistar la disolución del Congreso, solicitada por Chávez y su sustitución inmediato por un “congresillo” constituido por unos pocos representantes nacionales seleccionados a dedos por la recién electa Asamblea Nacional Constituyente, dominada en un 95% por el chavismo gracias a la eliminación del sistema electoral vigente todavía de la representación proporcional.
Aquella doble e inexplicable rendición de las fuerzas opositora sello la suerte de la democracia en Venezuela y permitió a Chávez comprender la real magnitud de su victoria. La transición pacifica al socialismo no sería sencilla, ya lo veremos, pero estaba en marcha.
Armando Duran