5/9/11
Los actuales movimientos de la mayoría poblacional de Venezuela se diferencian del trabajo político tradicional. No están determinados por líneas políticas, ni siquiera por organizaciones no gubernamentales, ni por estructuras organizadas en defensa de intereses empresariales o laborales. Las acciones para concretar la creciente voluntad de cambio parecieran de generación espontánea y libre, pero no lo son. Cuando se escriba la crónica de lo que sucede y está por suceder, será tan difícil explicarlo como difícil es calcular actualmente el tiempo del desenlace y sus características.
El ciudadano común de Venezuela está harto, fatigado y, como dirían los españoles, indignado. La política represiva del régimen, de discriminación en todas las áreas de actividad, de criminalización penal de la disidencia, de asfixia hacia los medios de comunicación social independientes, de desnaturalización del derecho de propiedad, de liquidación del aparato productivo privado, de quiebra de valores fundamentales, la inseguridad de las personas y de los bienes como política de estado gracias a la impunidad reinante, todo ello y mucho más, ha generado un desorden espantoso en una nación que hoy vive sin ley ni esperanza, con miedo en diversas escalas y manifestaciones y con graves incertidumbres relativas al presente y al futuro. Pero esos mismos factores van generando una concentración de rabia, de resistencia activa indetenible ante un régimen que sólo cuenta con la represión y la corrupción para mantenerse, además de ser ineficiente para las tareas fundamentales.
El camino por transitar seguirá siendo duro y peligroso. Los riesgos pondrán a prueba a buena parte de la dirigencia opositora. Es un reto grande, pero también invitador a una acción definitivamente hazañosa que ponga punto final a la etapa más obscura y perversa de la historia contemporánea. Las elecciones del año próximo, aún sin fechas para realizarse (¿?), marcan el tiempo máximo de permanencia del castro-chavismo en el poder, con enfermedad o sin ella. Lo sabe el alto gobierno. También los altos jefes militares algunos de los cuales, en su inocultable nerviosismo ante lo que puede venir, insultan y amenazan a personas e instituciones de espaldas al uniforme, a su institución y a la propia Constitución que juraron sostener y defender, cumplir y hacer cumplir.
Deplorable la situación del señor Chávez, en tratamiento él y, según parece, moribundo el señor Castro. Cada día más aislados en el mundo. Viendo como caen todos los granujas con poder, parafraseando a Fernando Vallejo. Desesperados sueltan las riendas a los hackeadores inmorales para frenar los efectos mortales de las redes sociales que se multiplican gracias los modernos instrumentos electrónicos y cibernéticos fuera de control oficial.
Oigan un buen consejo. Prepárense para dejar el poder con dignidad. Quien no la debe, pues que no la tema. Pero recuerden que el perdón no excluye la justicia.