14/10/11
Se hace doloroso escribir tan insistentemente sobre el mismo tema, pero es ya evidente que nadie quiere aprender lecciones del pasado y sí insistir en fórmulas mil veces fracasadas, como si por mucho sumar dos más dos se pudiera, eventualmente, obtener cinco en vez de cuatro.
Y no hay que ir muy lejos… A los fracasos (terribles en términos de los tan de moda derechos humanos) de la U.R.S.S., Cuba, Corea del Norte, Europa Oriental, China maoísta y tantos más (si hurgamos en la historia encontraremos las revoluciones francesa y mexicana, por no extendernos más) sumamos la actual crisis que viven Grecia, Portugal y España bajo gobiernos -¡oh, sorpresa!- socialistas.
Basta ver las consecuencias del cáncer que carcome a Venezuela bajo el nombre de “socialismo” para execrar tal ideología en nuestras memorias. Pero no, dirigentes opositores que buscan reemplazar al quimiondante insisten en utilizar el término para definir su orientación política… ¡Ah, pero eso sí!, es “otro” socialismo. Y me pregunto, ¿y cuál será ese otro “socialismo”? La socialdemocracia hace mucho tiempo se deslindó del socialismo “puro”, al igual que los socialcristianos (que en otros lugares prefieren ser conocidos como demócrata-cristianos). Pero estos nuevos dirigentes, alejados de los partidos tradicionales, parecieran querer reinventar lo no reinventable. Ya alguna vez dijo alguien de apellido Einstein que “la locura es repetir el mismo acto una y otra vez esperando diferentes resultados” (me parece mejor como definición de “estupidez", pero ante Einstein prefiero callar). ¿La habrá leído alguno de ellos?
Es obvio, a estas alturas, que el país no puede depender del “hombre nuevo”, ni de la generosidad estatal, ni de “misiones” que, en realidad, no pasan de ser mendrugos matahambre para alérgicos al trabajo. El país requiere inversiones, grandes inversiones, creación de puestos de trabajo, nuevas industrias en todos los campos que, por lo menos, garanticen un mínimo de estabilidad en los precios, en lo laboral, en un verdadero desarrollo social. No se puede vivir en un rancho ocupado al borde de una quebrada y “exigir” al gobierno una nueva vivienda cuando la quebrada se lleve el rancho por delante. No se puede vivir contando con los 15 y 30 de las “misiones” sin haber hecho nada productivo a cambio. No se puede mejorar un país ocupando tierras productivas para dejarlas abandonadas, ni se puede expropiar una empresa igualmente productiva para entregársela a quienes no tienen la capacidad de hacerla funcionar.
Esas cosas son las que evoca la palabra “socialismo” –por lo menos en nuestro país. ¿Y pretendemos seguir con la eterna melodía del socialismo como panacea de todas las enfermedades del país…?
Tal vez, si algún día aprendiéramos a no buscar culpables exógenos de nuestros grandes fracasos, si asumiéramos que en vez de construir un país con gran esfuerzo, exigiendo derechos PERO cumpliendo los deberes correspondientes, si cayéramos en cuenta el daño casi irreversible que nos ha hecho la “viveza criolla”; si dejáramos de quejarnos de la colonización española y la viéramos como lo que fue, un hecho histórico ya superado; si dejáramos de creer en cuentos de avecillas embarazadas (“los indios vivían en paz hasta que llegaron los españoles y cometieron el más grande genocidio de la historia”, sin pararnos a pensar en los sacrificios humanos, la dependencia de los imperios azteca e inca de la esclavitud, o el grito de guerra de los caribes: “ana karina rote” –sólo el Caribe es hombre-; o en las partidas de caza humana para dichos sacrificios), veríamos que la culpa está en nosotros, en la comodidad con que hemos querido que “surja” el país –como si se tratara de un asunto de ósmosis o de inercia y no de un esfuerzo conjunto; en cómo hemos desaprovechado oportunidades que ya desearían muchos países en mejor situación que la nuestra.
Sí, ya sé que no es “políticamente correcto” lo que escribo, y, a decir verdad, poco o nada me importa. Simplemente alguien tiene que decir las cosas como son y no dorar píldoras inefectivas que tan solo alargan la malhadada esperanza del venezolano en tener una vida más justa, más llena de equidad, donde los servicios necesarios funcionen, donde cada cual pague los impuestos correspondientes para poder reclamar debidamente la mala administración y donde existan –necesariamente- sanciones morales anexas a las legales contra corruptos, delincuentes, la mala praxis política (tan o más delicada que la médica) y la ostentación de bienes malhabidos.
Pero, no, sigamos jugando con la paciencia del pueblo, ofreciendo lo que bien se sabe que no se puede cumplir, insistiendo en llamarse “socialistas” –de otro cuño, eso sí-, reiterando un grandilocuente populismo, una demagogia barata pero efectiva entre las masas a fin de obtener votos…
Y no se equivoquen…, en ese campo nada tienen que buscar frente al maestro indiscutible de la labia y el carisma. Con una simple sonrisa les desbaratará el discurso inexorablemente…
Decía Amín Gemayel, fallecido presidente libanés, que “el discurso árabe se alimenta de su propia retórica”. Esa herencia propia de 700 años de dominación árabe en España y cuyos genes cruzaron el Atlántico es el hándicap al que debemos sobreponernos. Es hora de poner de lado el triunfalismo barato que anula muchos de los esfuerzos que se hacen y comenzar a trabajar en un proyecto Patria que presente lo que realmente se propone lograr. Venezuela lo necesita. Venezuela lo merece.
Recuerden un viejo dicho criollo:
“Mejor es que digan que por aquí pasó y no que aquí lo dejaron…”