27/5/12
Al cumplirse cinco años del cierre de RCTV, la pregunta más acuciante es si la sociedad venezolana habrá aprendido las lecciones, si habrá sacado las necesarias conclusiones que se derivan de esa tragedia. Por lo que está a la vista no es así, ni siquiera parece que sea un tema de reflexión y debate público.
Más bien la impresión es todo lo contrario. El régimen ha aprovechado la oportunidad para “renovar” las concesiones por cinco años a algunas emisoras genuflexas; pero la naturaleza del acto sigue siendo la misma: el otorgamiento es tan arbitrario como la negativa, no implica ningún “derecho” sino que se presenta como la concesión graciosa del dueño del espacio.
Con lo que parece irse consolidando en la mente colectiva la idea de que un grupo de militares facciosos, comunistas por añadidura, pueden administrar el espacio radio eléctrico como si fuera de su propiedad exclusiva y al que nadie más tiene derecho.
Hace cinco años había más discusión, porque incluso algunos pseudo-intelectuales de la dictadura consideraban necesario balbucear el argumento de que la administración del espacio radio eléctrico era (como todas las cosas, para ellos) una cuestión de soberanía y seguridad nacional. La traducción literal de esta monserga es que está sometida al arbitrio del régimen, que puede hacer lo que le parezca, sin rendirle cuentas a nadie.
Incluso llegaron a comparar las concesiones de las emisoras de radio y televisión con las concesiones petroleras, para justificar un poco el extraño mecanismo de “reversión” que por analogía llevaría sus instalaciones y equipos a manos del Estado, sin fórmula de juicio, una vez vencida la así llamada “concesión”.
Como si el acceso al espacio radio eléctrico fuera comparable a la explotación de una mina, de un producto no renovable, sobre el cual, el dueño del terreno puede cobrar una renta por permitir el acceso a las empresas interesadas en explotarlo. Es evidente que la empresa que se aproxima no puede reclamar el acceso como “derecho” y la concesión se parece mucho a una gracia del Estado, que puede otorgarla o no, a discreción.
En cambio, en el espacio radio eléctrico vivimos todos y no hay manera de comunicarse sino a través de él, a viva voz o imagen, telégrafo, radio, microondas, celular, internet o cualquier sistema inalámbrico. Es inconcebible que alguien pretenda adueñarse del espacio y negarle el acceso a quienes no considere como partidarios o amigos, que lo necesitan para comunicarse del mismo modo que se requiere el suelo para desplazarse.
Efectivamente, del hecho de que para poner orden en el tránsito el Estado tenga la potestad de otorgar licencias para manejar no se deduce que pueda negárselas a quienes considere como sus enemigos políticos. Para eso existen normas objetivas, que deben aplicarse a todos por igual y quien cumpla con los requisitos legales, pues, tiene que tener su licencia. Negársela es un acto de discriminación e injusticia flagrante, proscrito en cualquier orden constitucional.
El acceso al espacio radio eléctrico sí que es un “derecho”, podríamos incluso decir que humano, inalienable e imprescriptible y ningún partido político, gobierno, ni Estado lo puede acaparar para sí, excluyendo de él a los demás seres humanos, como si se les prohibiera comunicarse, lo que es una perfecta atrocidad.
Sin embargo, la historia está llena de estos abusos, como cuando los regímenes totalitarios le negaban el pasaporte a los “contrarrevolucionarios”, con lo que llenaron al mundo de “apátridas”, en una sorprendente profecía auto-cumplida.
Cierto que ningún ruso blanco debería estar interesado en llevar un pasaporte con una hoz y un martillo estampados y la inscripción “República Socialista Soviética”, entidad para ellos no solo repudiable e ilegítima, sino inexistente.
Pero así es el comunismo: confunde la ideología, el partido, con Estado y Nación, de manera que en una secuencia inversa, solo ellos son nacionales y los demás apátridas.
HEGEMONÍA Y LENGUAJE
El rasgo más grave de la mal llamada “hegemonía comunicacional” es que implica una decodificación del lenguaje, la asignación de nuevos significados a las palabras, además de la creación de neologismos, de manera que no es solo el control de los medios sino el contenido mismo de las comunicaciones lo que se tergiversa, volviéndonos el mundo incomprensible.
Hay formas burdas como llamar “expropiación” al robo, al despojo de tierras “rescate”, de manera de presentar en una forma plausible aquello cuya expresión directa sería repudiable; pero hay otras formas más rebuscadas, como cuando en la exposición de motivos de las leyes se enuncian una serie de fines y valores que no tienen nada que ver con el articulado y menos con las medidas que se implementan en consecuencia, que es donde se manifiesta la intención oculta, que siempre es la verdadera.
En el caso de RCTV no se habla de cierre, que es lo que es, sino de la suspensión de la concesión, como si se tratara de un acto de mero trámite, completamente irrelevante, que podría ocurrir todos los días, banalizando un hecho inusitado, nunca visto en la historia de este país, ni sus alrededores, con la probable excepción de Cuba.
Ciertamente se recuerda en los albores de la “Revolución” el cierre del Diario de la Marina y cómo una poblada encabezada por el mismísimo Fidel Castro clausuró una emisora radial donde se transmitía información y declaraciones fuera de la línea oficial.
Desde entonces quedó claro: la libertad de expresión es incompatible con la verdad oficial. La única manera de que las falacias del régimen se sostengan es que nadie las contradiga, porque no resisten una crítica racional.
Puede decirse sin exageración que el lenguaje revolucionario es mágico, irracional por naturaleza. Se expresa por imágenes, no por conceptos; abusa de la metáfora, la hipérbole, la forma figurada y apela siempre al sentimiento del oyente, no a su Razón.
Esto hace especialmente problemático el trato con los llamados revolucionarios, porque su lenguaje se acepta o se rechaza en bloque, pero no es susceptible de crítica alguna, lo que hace imposible el establecimiento de un diálogo. Esto es necesariamente así porque un discurso constituido por consignas y clichés es un arma para “el combate”; .no sirve como instrumento para el diálogo.
Hoy, como hace cinco años, hasta nuestros aguerridos estudiantes siguen diciendo que ellos no defienden a una empresa como tal sino a la “libertad de expresión” in abstracto; y es que las empresas son indefendibles.
Así como se defienden los “legítimos intereses” de los trabajadores; pero los intereses de los empresarios son “mezquinos intereses”. El sentido común nos dice que todos son intereses, a veces legítimos o no; pero la hegemonía del lenguaje socialista hace que unos sean sagrados y los otros deleznables a priori.
Lo ilustrativo de esta oposición en particular es que se nos revela completamente contraria a la experiencia y sin embargo se sigue sosteniendo. Todo el mundo puede ver que no hay obrero que de golpe si no se le paga y si da un golpe de más, quiere que le paguen de más. La acción desinteresada no existe en el lenguaje sindical.
Sin embargo el altruismo empresarial pasa por debajo de la mesa y todo el filantropismo del mundo no disminuye en nada la mezquindad que proverbialmente se les atribuye.
Así como usted puede matarse trabajando de sol a sol, pero si resulta que es el dueño del negocio entonces usted no es un trabajador. Cae en “la clase” de los propietarios que por definición no trabajan; al contrario de los no propietarios, que son trabajadores por antonomasia, aunque no hagan nada, sino actividad sindical o abiertamente política.
La hegemonía comunicacional socialista es un hecho y va más allá del control de todos los medios de comunicación, abarca también los contenidos, que adquieren un corte clasista y que priva a grandes contingentes de personas de todo derecho, incluso del derecho de defensa.
En el socialismo “el enemigo de clase” no tiene derecho alguno, tanto menos el derecho de defender sus “mezquinos intereses”.
¡ABAJO CADENAS!
La colectividad venezolana tampoco reacciona ante las cadenas, que se aceptan con bastante estoicismo, paciencia y resignación, como si fueran parte del paisaje lleno de basura o las colas del tránsito. A lo más, quien tenga los medios pone un CD en el radio o el cable en la TV. La gran mayoría, que no tiene opciones, se la tiene que calar.
Una de las razones por las que se arremetía contra RCTV internacional, incluso después de que había salido del aire por señal abierta, era que no transmitía las cadenas. Al principio, quisieron obligarla, pero resultó imposible.
Las emisoras que salen por cable, en su mayoría, tienen sus sedes en el exterior, por lo que caen fuera de la jurisdicción del régimen comunista. Para doblegar a RCTV tenían o bien que negar su condición de canal “internacional” o bien someter a todas las demás emisoras a las cadenas, visto que las cableras no tenían criterios para discriminar.
Entonces optaron por obligar a las cableras a sacar a RCTV de la parrilla si querían seguir operando en el país. Aquí contribuye la cobardía natural de los empresarios que no quieren meterse en política sino hacer negocios; con lo que hacen un negocio de la política; igual que en la Alemania nacionalsocialista, lo que quiere decir que el sistema es despreciable, pero sigue funcionando.
Nadie puede juzgarlos porque no están en sus zapatos; pero algo queda en la memoria que los condena. Como a los militares, que mientras dure la tiranía están impunes; pero cuando ésta caiga quizás tendrán que responder por utilizar las armas que les dieron para la defensa, en la humillación sistemática de una población inerme.
La verdad es que las cadenas son una violación masiva de Derechos Humanos; no sólo porque es uno el que habla y se pretende obligar a todos a ver y oír lo que no quieren; sino porque también se obliga a los demás a callar, a no poder expresar ni transmitir sus propias opiniones, que quedan silenciadas por la voz del amo.
No solo se violenta la libertad de elegir, sino también la igualdad jurídica, porque más nadie puede hacer eso, de rendir todos los medios de comunicación al servicio de su vanidad personal, con un insultante desprecio por la conciencia y las opiniones ajenas.
Finalmente, algo tiene que andar mal en el sistema, porque para publicitar un producto, aparecer en pantalla cuesta millones por minuto; en cambio, un déspota puede estar horas en todas las pantallas simultáneamente en horario estelar y eso no le cuesta nada.
Además de los mensajes que se transmiten “en forma gratuita y obligatoria en conformidad con la Ley”, lo cual es obviamente un sarcasmo, la pregunta es: o bien un minuto de televisión no vale realmente los millones que nos decían o alguien debe estar pagando por todos estos excesos, o finalmente todos los canales terminaran arruinados y solo quedará eso que llaman los “medios públicos”.
Algo nos dice que quienes resisten en silencio están esperando que el viento cambie y que luego recuperaran todo lo perdido y con creces.
Esto es quizás una ilusión, pero de siempre se ha dicho que no solo de pan vive el hombre.
Quizás los sueños sean la parte invencible de nuestra naturaleza y RCTV nos ha llenado la vida de sueños.