24/6/12
La sentencia es de Elías Manuitt Camero, capitan del ejército venezolano, desertor, en 1962, para unirse al frente guerrillero José Leonardo Chirinos, en el estado Falcón. Años después, en desacuerdo con la llamada “política de repliegue táctico” del PCV, se fue a Cuba, donde permaneció alrededor de una década. Volvió a Venezuela a fines de los setenta, casado con una médico cubana, con un hijo, para establecerse en su pueblo natal, Altagracia de Orituco.
No consigue ninguna ocupación estable, tampoco su esposa, porque para entonces los médicos cubanos no podían ejercer en Venezuela sin revalidar el título. Así terminó sus días vendiendo frutas y verduras por las calles del pueblo en un camión desvencijado. La situación fue tan desesperada que a fines de los ochenta ella lo abandona para volver a Cuba con su hijo. Entonces tomó la determinación final de suicidarse.
Los vecinos advirtieron su ausencia por el olor a frutas podridas que desprendía el camión destartalado frente a la que fuera su casa; quizás esa fue la última visión que el capitán tuvo de este país, de allí lo irónico de su sentencia: Venezuela, un país podrido.
Pero ¿con qué derecho se puede hacer un juicio tan duro sobre su propio país, tanto menos por quien es un perfecto fracasado, por cualquier ángulo que se le juzgue?
LA HISTORIA COMO FRACASO
Se tiende a creer que la historia está hecha por los grandes hombres, los héroes, pintada en momentos estelares, grandiosas batallas; pero, no. La historia también está llena de derrotas que ni siquiera son grandes derrotas. De pequeños personajes que pululan por los rincones, que nadie recuerda y algunos hasta se esfuerzan en olvidar.
No se debe menospreciar el fracaso porque acompaña a toda acción humana como su reverso inseparable, de la misma manera que la muerte acompaña a la vida como su cara oscura e insondable.
Esta singular circunstancia es lo que permite que el suicidio esté siempre allí, como una puerta trasera del teatro, que nos permite abandonar la escena de la vida en cualquier momento en que nuestro papel nos resulte particularmente intolerable.
Incluso, a muchos grandes hombres los recordamos más por sus fracasos que por sus éxitos. Por ejemplo, la única batalla que la gente recuerda de Napoleón es Waterloo. Su destino es Santa Elena, no ser el emperador de los franceses.
El nacimiento de Venezuela es producto del fracaso monumental de la Gran Colombia. La imagen más conmovedora de Bolívar es la de Santa Marta y sus frases: “Vámonos, José, que de aquí nos echan. ¿A dónde iremos?”
El Che Guevara debe su condición de “guerrillero heroico” a la imagen de traicionado, prisionero y ajusticiado, en el más absoluto desamparo; no a la triunfante de Santa Clara u ordenando fusilamientos en La Cabaña.
El verdadero Miranda es el de La Carraca, repudiado y entregado a sus verdugos por sus propios camaradas republicanos; no quien frecuentara a Catalina II de Rusia.
El mismísimo Marx nunca vería su revolución mundial del proletariado y moriría en el exilio, en la más aplastante miseria, incapaz incluso de alimentar a sus propios hijos.
Jesucristo no es esa imagen de “triunfador sobre la muerte” que alguna iconografía nos quiere vender; sino el otro, mancillado, escupido, azotado, coronado de espinas y crucificado.
Podríamos remontarnos a Sócrates, pero esto ya nos llevaría demasiado lejos.
Son los que aquí llamamos “héroes trágicos”, buenos para el sacrificio, completamente ineptos para la victoria, como diría Pío Tamayo, quienes realmente tocan el corazón de la gente sencilla.
En conclusión: Hay una devoción de la Humanidad por el fracaso; una identificación sentimental con el vencido.
OLVIDO VOLUNTARIO
Razones para recordar gente como el capitán EMC son las mismas que otros tienen para empeñarse en olvidarlos. Porque son como un dedo acusador contra los figurones, los dirigentes de aquellos que cometieron el error de creer y no entendieron a tiempo las maniobras, los bruscos cambios de rumbo, los sorpresivos golpes de timón.
Los que fueron engañados, utilizados y luego abandonados a la vera del camino, esos que causan una embarazosa incomodidad cuando se presentan a pedir una ayudita en las lujosas oficinas de sus antiguos “camaradas”.
Cuantos han deslizado un billetico furtivo, dado una palmadita en el hombre y dicho como por descuido: no vuelvas por aquí, tú sabes, no me conviene. O diplomáticamente, no vengas sin avisar y luego a la secretaria: si vuelve o me llama, estoy en una reunión.
La actitud de la izquierda parlamentaria frente a la lucha armada es un tabú, un no hablemos más de eso. Sí, fue un error, nos equivocamos, pero vamos a pasar la página. La cuestión es que el problema sigue allí, sin resolverse, sin ser plenamente asumido.
En el fondo está la tesis stalinista de cambiar el pasado, que es la forma socialista de “hacer la historia”. La expresión tan repetida de que “los pueblos hacen la historia” se traduce en la osadía de que la historia puede inventarse.
Como todas las cosas para los socialistas, también la historia está sometida al Poder. La escriben los vencedores, pero además, a su manera y poniendo en ella lo que les dicte la conveniencia política del momento.
Ya sabemos de sobra que esto no puede ser así y que el mecanismo no funciona; pero nos impone casi que el deber de mostrar la otra historia, la verdadera, que generalmente es la que nadie quiere oír porque está llena de miserias, mezquindades, infamias y bajezas, como éstas que exhibe sin pudor el capitán EMC.
MÚSICO, POETA Y LOCO
El capitán EMC pretende ser comunista y acusa al PCV de no ser auténticamente comunista; pero su ruptura se produce por su concepción alucinada de la revolución, que contrasta catastróficamente con las tesis del partido, ese adefesio positivista vulgarmente llamado “comunismo científico”, según el cual la revolución puede planearse como quien proyecta un edificio sobre una mesa de ingeniero.
La transformación de la sociedad exige condiciones objetivas, observables y medibles, que pueden en todo caso crearse si no han madurado espontáneamente, pero sin las cuales toda lucha resultará estéril.
El capitán EMC cree que lo que hace falta es voluntad y cojones. Por eso tercamente sigue dando cabezazos contra muros de incomprensión cada vez más altos y termina automarginándose. Además es orgulloso, no se arrastra a pedir limosnas, ni busca el acomodo, como hacen tantos.
En sus palabras no puede encontrarse el menor rastro de teoría. Le repugnan los que se embuchan con rebuscada terminología marxista (como dialéctica, praxis, histórico-concreto, alienación), que ni entiende ni quiere entender. Mejor pela por el cuatro e improvisa una tonada o compone un himno para la lucha.
Quienes lo conocieron en la Escuela Militar lo recuerdan como cantante y bailarín, capaz de dar saltos de vuelta canela incluso con el uniforme de suboficial puesto, lo que es contrario al reglamento. Así como es inusual desplazarse en un carro sucio hasta lo inconcebible, donde el pasajero no tiene lugar donde sentarse.
Su verdadera vocación era para la poesía, que practicaba con la misma ingenuidad, espontaneidad y desparpajo con que se orientaba en política.
Desde la antigüedad se ha separado la poesía del conocimiento, ella apunta desde el sentimiento, no desde la Razón. El poeta no explica nada, ni describe, que es lo que se supone que hace el científico. Sólo siente y dice lo que siente, a despecho de la gente sensata.
Quizás por eso es irresponsable, en el sentido de que no puede pedírsele cuentas; al contrario del político, del administrador, que son, tienen que ser, responsables. El poeta, no; porque nadie responde por sus sentimientos.
Los poetas, como los niños y los borrachos, ni dicen mentiras ni callan verdades; por eso son tan terriblemente incómodos para los políticos maniobreros.
No obstante, a veces la pura intuición hace revelaciones sorprendentes. El capitán EMC previó en 1977 la caída del socialismo real, básicamente por los groseros privilegios de la casta burocrática; mientras el derrumbamiento del bloque socialista sorprendía a todos los servicios de inteligencia y analistas que disponían de información privilegiada.
La reflexión final con que cierra el libro que le dedicó la Cátedra Pio Tamayo del Centro de Estudios de Historia Actual, FACES-UCV, no puede ser más inquietante: Un país podrido hasta los tuétanos, en lo económico, en lo político, lo social, lo militar, lo moral, en lo educacional. “Una crisis violenta, que no resuelve sino la violencia”.
“¿Nos espera entonces una mortandad? Sí, indudablemente y lamentablemente.”