14/10/12
Venezuela ha transitado de un sistema de elecciones competitivas a otro de elecciones controladas, que podríamos llamar refrendario o convalidatorio, en el que no se elige nada, ni personas, ni cursos de acción, sino que se ratifica un poder ya establecido y las orientaciones que ya han sido decididas por otros en la trastienda.
En verdad no importa cómo vote la gente porque el CNE, vocero del gobierno, puede anunciar lo que le dé la gana y hay que aceptar ese resultado como un auto de fe, puesto que el mayor esfuerzo se ha puesto en hacerlo hermético, inexpugnable a verificación imparcial y por tanto inmune a toda refutación documentada.
Otro elemento de la escenografía que no puede causar sino perplejidad es la extrañísima unanimidad que se teje ante estos resultados, que no son objetados, discutidos, siquiera contrastados sino que son “palabra de Dios”, como si algo emanado de este régimen mereciera el menor crédito.
Este patético espectáculo que recuerda los procesos de Stalin, en que los procesados se acusaban con más vehemencia que los mismos fiscales y alababan a los verdugos que los iban a ejecutar, nos revela que el totalitarismo conserva cierta eficacia, a pesar de las catástrofes humanitarias que protagonizó en el siglo XX.
Son las víctimas del proceso quienes claman con más fuerza que no fueron atropelladas, que todo es prístino e impoluto, que ésta es la democracia más perfecta; pero cuidado, que la forma obsesiva en que se repite que no hubo fraude pone sobre el tapete que el asunto es discutible y si no lo fuera, ¿a qué viene tanta insistencia?
Los que no aparecen por ninguna parte son los que siempre tuvieron razón, predijeron exactamente lo que iba a pasar y no participaron en el simulacro electoral. Otra vez han desaparecido bajo la sombra de las “dos Venezuelas”: los que no son gobierno ni oposición sencilla y democráticamente, no existen.
La primera reacción es del sentido común: Una de las tragedias del nacionalsocialismo es que su máxima según la cual una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, resulta ser completamente falsa.
Que una constelación de mentiras se imponga por la fuerza y que todos aparenten aceptarla por las razones que sean (cálculo político, comodidad o cobardía), no modifica ni un ápice la realidad, sino que crea una ficción paralela, típica del socialismo; pero al fin y al cabo la realidad pasará su factura.
El vencimiento de la factura es cuando se diseñan políticas públicas y líneas de acción basadas en falsedades, entonces habrá que pagar a un cobrador inexorable. Para decirlo gráficamente: nadie debería lanzarse de cabeza en una piscina porque Tibisay Lucena le diga que está llena. Y si lo hace, seguro que la temeridad tendrá sus consecuencias.
La segunda reacción es del pensamiento: No existe ninguna filosofía que postule ni hay pensador que recomiende burlarse de la gente, que aplastar y humillar al prójimo sea un negocio seguro. Quien tome ese camino cosechará los frutos que haya sembrado.
Como dirían los niños, únicos capaces de ver al rey desnudo: “La tramposería sale”.
PRUEBA DIABÓLICA
Otra vez sale a relucir el viejo argumento de las “pruebas”, el preferido de los abogados que saben el peso de “la carga de la prueba” en hombros de las víctimas. Dicen que no hay pruebas fehacientes del fraude; si existen las tales pruebas nadie las ha exhibido; si hubieran sido exhibidas que, bueno, esa es su palabra contra la del CNE, que goza de una presunción de veracidad y por ahí nos vamos.
Lo cierto es que la fuerza de una prueba depende de que se quiera ser convencido, porque hay gente absolutamente impermeable a toda prueba. Para algunos bastó que el referéndum revocatorio de 2004 se convirtiera en “ratificatorio”, gracias a la súbita intervención de las maquinitas traganíqueles Olivetti; y luego, en las inmediatas elecciones parlamentarias de 2005, al retirarse la oposición, la abstención llegara al 80% del electorado. ¿Cómo es esto posible si el régimen tenía holgada mayoría?
Hay multitud de trabajos académicos, serios y documentados, muchos publicados en revistas internacionales arbitradas, en su mayoría disponibles en Internet; pero hay que hacer un esfuerzo y pocas personas están dispuestas a hacerlo. Es más fácil atenerse a las matrices de opinión creadas por los opinadores de oficio, las encuestadoras tarifadas y el aparato comunicacional del régimen que nadar contra esa corriente.
Otro argumento es que no hay razón para creer que un régimen como éste no pueda ganar unas elecciones limpiamente, sin necesidad de fraude, es decir, que si tenga la mayoría; pero en ese caso debería hacer elecciones transparentes, no a través de esa caja negra que es el CNE. No actuaría con “acompañantes” cómplices y sin “observadores” imparciales.
Lo cierto es que los resultados son inverosímiles, matemáticamente inconsistentes, estadísticamente imposibles, psicológicamente esquizofrénicos y sin correspondencia con ninguna lógica, por lo que producen consternación en la gente normal.
No vamos a detenernos en los que suscriben el discurso oficial según el cual éste es “el gobierno de los pobres” y que los pobres son mayoría, porque eso es como decir que el partido comunista es el partido de los obreros, aunque nunca se haya encontrado ningún obrero dirigiendo ningún partido comunista histórico que haya sido gobierno.
Esta también es una de las maravillas del discurso socialista, que ha podido ocultar lo que está a la vista, por ejemplo, el carácter militar de la dictadura de los hermanos Castro; pero la sabiduría popular cubana ha sabido signar a Raúl Castro con su título para la historia: “Un general sin batallas y presidente sin votos”.
La verdad, éste no es ningún gobierno de los pobres, ni tiene nada que ver con los excluidos, porque los jefazos militares nunca han sido pobres ni jamás han estado excluidos, muy por el contrario, siempre han sido los dueños de todo. Otro tanto se puede decir de la plantilla que ahora usufructúa el poder: son la gente más rica del país.
Es muy fácil cometer tropelías y después echarles la culpa a los pobres, que no tienen nada que ver en el asunto, con lo que se une el escarnio a la injusticia.
Pero el fondo del argumento es justificar la tiranía con la omnipotencia de la mayoría.
LOS LÍMITES DE LA MAYORÍA
Una de las falacias más extendida en Venezuela es la de que la mayoría sirve para todo, hasta para saltarse no sólo la constitución y las leyes sino también la lógica, el sentido común y toda racionalidad.
Cada vez que el régimen se encuentra en un atolladero constitucional recurre al viejo argumento jesuita de que “hay que preguntarle al pueblo” y si el pueblo dice, bueno, entonces eso está bien.
Por ejemplo, el artículo 6 de la constitución dice en sus Principios Fundamentales que el gobierno de la república “es y será siempre alternativo”, pero se va a un referendo para establecer el continuismo, la reelección indefinida.
Referendo que ni siquiera podía hacerse porque el artículo 74 dice que “no podrá hacerse más de un referendo abrogatorio en un período constitucional para la misma materia”; y el tema de la reelección indefinida ya había sido propuesto y rechazado con el “no” en el referendo constitucional de 2007.
En su artículo 330 establece que los integrantes de la Fuerza Armada Nacional en situación de actividad tienen derecho al sufragio de conformidad con la ley “sin que les esté permitido optar a cargo de elección popular, ni participar en actos de propaganda, militancia o proselitismo político”.
Ocurre que comandante en jefe es un cargo creado e incorporado a la ley orgánica de las fuerzas armadas, por lo que el susodicho comandante es un militar en situación de actividad y no puede optar a cargos de elección popular, según la constitución.
Esto por no insistir en que las FAN constituyen una institución “sin militancia política”, que está al servicio exclusivo de la nación “y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna”.
La constitución del 61 decía “apolítica” y “no deliberante”, términos que elimina la del 99; pero curiosamente dejó entre sus pilares fundamentales la “obediencia”, al lado de disciplina y subordinación. Ahora bien, no se puede ser obediente y deliberante a la vez.
No hay mayoría que enmiende estos entuertos, como hacer existente en el mundo jurídico lo manifiestamente inconstitucional. El verdadero problema es establecer qué pasa cuando la constitución es “un pedazo de papel mojado”, como dicen los socialistas.
Una vez más hay que atenerse al veredicto de la realidad, a ver qué nos dice.
VOCES DESDE LEJOS
Basta pasearse por Caracas el 8 de octubre, casualmente, “día del guerrillero heroico” que nadie recordó conmemorar. La ciudad estaba sumida en el más profundo silencio y estupor, para lo que no pueden requerirse pruebas porque está a la vista incluso de quien no quiera verlo, porque la densidad del ambiente podía tocarse con la mano.
Así como no puede negarse la uniformidad en aceptar e incluso alabar los resultados, precisamente por los supuestamente más afectados por ellos, lo que no es consistente con ninguna psicología normal de las reacciones humanas comprensibles.
Desafortunadamente para los socialistas de uno y otro lado, ya los teóricos políticos han dejado escrito que cuanto más amplias son las mayorías y cuanto más se acercan a la unanimidad, tanto más surge la sospecha de que la expresión del voto no ha sido libre.
La uniformidad de las opiniones sólo puede conseguirse bajo la tiranía y mientras más absoluta tanto más unánime es, no digamos la casta política, sino incluso la población. Lo que se refleja en ese espejo no es la imagen de una sociedad libre, como Corea del Norte, que es a lo que nos aproximamos.
Otro testimonio lo da la resistencia a aceptar la mentira que se escurre por todas partes, a despecho de quien la diga y quien la refrende. Hay algo que carcome la conciencia, que causa disconformidad hasta al más crédulo, que dice: “No puede ser, no puede ser”. ¿Por qué la verdad sigue sugestionando la conciencia de los seres humanos y la mentira, aunque sea confortable, no la deja tranquila?
Mucho antes de las elecciones el canciller del Brasil, un señor de apellido Patriota, había sentenciado que las elecciones en Venezuela serían “transparentes y creíbles”, es decir, precisamente lo que no son. Pero ¿por qué ese énfasis en lo de “creíbles”? Eso no se predica de las elecciones de Brasil ni de ningún lugar del mundo, que puedan creerse.
El dictador de Bielorrusia Alexander Lukashenko es más brutal, dice que: Chávez “es un hacha” (hay que entender lo que significará eso en bielorruso); pero más claro: “Hasta nosotros tenemos que aprender de estas elecciones”.
En cambio, todos los países civilizados felicitan “al pueblo venezolano”, pero no al tirano. El comunicado de la Unión Europea es un modelo de lenguaje diplomático, interpretado por la prensa como felicitación en realidad decía lo siguiente: “He tomado nota de la victoria de HC en las elecciones presidenciales y me gustaría felicitarlo por su reelección”. Le gustaría hacerlo, pero no lo hizo, como que a alguien le gustaría besar a Catherine Ashton no significa que la esté besando.
La UE pide “reforzar las instituciones del país” (será que están débiles); y “promover las libertades fundamentales” (será que no se promueven).
Otra tragedia del totalitarismo es que pone en la unanimidad la condición sine qua non de su sobrevivencia y la conciencia humana no la permite, no está hecha para eso.