30/1/13
En su intervención el pasado 23 de enero, José Vicente Rangel leyó partes del Manifiesto anti-castrista que circula profusamente a través de internet y ha sido suscrito por miles de compatriotas. Al tiempo de lanzar acusaciones contra los firmantes, de mencionar a algunos por su nombre y solicitar castigo a otros, Rangel afirmó que la relación del régimen con Cuba es “totalmente transparente”.
Aun viniendo de Rangel tal aseveración desborda los límites de la credibilidad. Los venezolanos ni siquiera conocemos la realidad acerca del estado de salud del Presidente, para no hablar de la actividad de miles de agentes castristas en puntos neurálgicos del manejo de nuestro país. Sin embargo Rangel se atreve a hablar de “transparencia”. Hay que ser osado para llegar a esos extremos.
Lo clave es que en su intervención Rangel puso de manifiesto que el centro de gravedad del régimen chavista, su zona más vulnerable y frágil, no es otra que el cuestionamiento creciente de los venezolanos hacia la subordinación y entreguismo al imperialismo castro-comunista. La indignación se extiende día a día y no habrá modo de detenerla. Se convertirá en un torbellino.
Frente a esta situación cabe preguntarse: ¿Por qué la MUD no ha hecho de la lucha contra la dominación y neocolonialismo cubanos su principal bandera de batalla? ¿Por qué siguen actuando como si viviésemos bajo un Estado de Derecho? ¿Por qué presumen que es factible una normalización de la política con un régimen como el que destruye a Venezuela?
Mi conjetura es que la respuesta se resume en dos factores: la ideología y el miedo. Intentaré explicarme:
El elemento ideológico que descifra la conducta tímida de la MUD sobre el tema cubano tiene dos aspectos. De un lado, de ello estoy convencido, buen número de dirigentes e intelectuales vinculados a la MUD son de izquierda, y a pesar de todo siguen reservando un lugar débil del corazón hacia la revolución cubana. No se atreven a atacar a Castro o lo hacen a medias; no se sienten bien rompiendo a plenitud los lazos sentimentales con su pasado.
Por otra parte, además de lo dicho, se evidencia una arrogante subestimación hacia el pueblo. Numerosas veces he escuchado a dirigentes de oposición sostener que el tema de la injerencia cubana “no le interesa a la gente”, y solo debe hablarse de la vivienda, el empleo y el precio de los alimentos. De modo sorprendente no formulan la pregunta: si eso fuese verdad, ¿entonces qué sentido tiene luchar por un pueblo así?
En cuanto al miedo, pienso que en general, todos de un modo u otro experimentamos miedo al confrontar un régimen canallesco como el chavista. No me eximo de ello; no soy un héroe ni pretendo serlo. Pero acá me refiero a un miedo específico; al miedo que resulta de la incapacidad e indisposición, por parte de no pocos dirigentes e intelectuales de oposición, de asumir a plenitud la verdad que ya no estamos en la IV República, que este régimen es algo radicalmente distinto, y que la política de los desayunos y almuerzos en restaurantes, el diario intercambio de chismes, los agasajos en Embajadas y viajes al exterior para “motivar” a una comunidad internacional desentendida del drama venezolano, esa política, repito, no va a ninguna parte en estos tiempos.
La oposición complaciente, que imagina un camino triunfal luego de muchas concesiones y humillaciones hasta una elusiva victoria electoral, algún día, bajo el sistema comicial imperante, vive un sueño al que ningún revés pareciera mellar. Pero inevitablemente despertará y me temo que el despertar será amargo.