11/4/13
Este domingo Venezuela se dirige, una vez más, a hacer la cola para legitimar un régimen que ni siquiera merece ser llamado pseudo-democrático. En su afán de autoengaño y en la desesperación de buscarse alguna utilidad o de encontrar una salida a lo que a todas luces es un sistema dictatorial, el venezolano (y sobre todo el que se hace llamar opositor) mojará su dedo meñique con orgullo. Indiferentemente del resultado, el “deber” democrático será cumplido y la conciencia, engañada, le pesará un poco menos.
De todas formas cuando salgan los resultados después de ver por horas la barandita (perverso ícono del sistema, utilizado para que en vez de reclamar tus derechos como Dios manda, te quedes embobado frente al televisor), la rabia y la impotencia se apoderarán del opositor que aún creía posible ganar. ¿Alguna vez en la historia ha perdido un autócrata las elecciones que él mismo llama?, ¿ha caído jamás una dictadura mediante el voto? La presunción venezolana de siempre enceguece hasta al más perspicaz, y ante el desespero de 6 años más de dictadura, todo el mundo sale corriendo a legitimar lo que por naturaleza debiera ser ilegítimo. El sistema corrompe a unos cuantos, pero los manipula a casi todos. Y mientras los politiqueros de siempre juegan con tu sentimentalismo para mantener su cuota del coroto, las altas cúpulas que verdaderamente rigen el país (y no, no todos sus miembros están rodilla en tierra ni tienen boina) sonríen ante la inocencia convertida en testarudez de quien se tropieza con la misma roca por segunda, tercera, décima vez.
En este momento, estimado lector, alguno de estos pensamientos debe haber cruzado tu cabeza: “este está regalando el país”, “seguro esto lo mandó el G2 cubano para desmovilizar la victoria segura y predestinada del comandante en jefe Capriles”, “!chico pero que radical!”, o, mi favorito: “por gente como este es que estamos donde estamos”. A pesar de todos los argumentos que uno les pueda dar, reconozco lo difícil que es aceptar la inexistencia del Estado de Derecho en Venezuela, aniquilando el mecanismo que te ha mantenido cuerdo durante este trágico e histórico período, o sea, la creencia de que tu voto cuenta y de que es culpa del “pueblo” que estemos como estamos. El voto NO rige el destino de la patria. La decisión ya fue tomada, y ninguno de nosotros tuvo voz (mucho menos voto).
Para aquellos que, aun aceptando lo arriba establecido, dicen que es nuestro deber ciudadano ir a votar, les digo que una sociedad dónde existen deberes pero no derechos representa la más rancia esclavitud. Y para aquellos que están en su derecho de apoyar alguna candidatura pero insultan y humillan a quien no vota, les respondo: el hecho de no votar es una elección en sí. Significa por un lado que ninguno de los candidatos representa lo que la persona busca, y por otro lado que la persona está consciente de que el árbitro parcializado permitió que el sistema político actual – del cual se benefician los líderes de ambas tendencias – tomara una decisión en la cual tú, mi querido lector, no influyes ni influirás jamás mientras esta realidad continúe.
Por si fuera poco, ninguna de las opciones representa mis ideales, principios y convicciones, ni siquiera estimulan mis sentimientos. Si todavía cree que estamos en una democracia, entonces espero, mi preciado lector, que lea hasta el final; espero que respete mi punto de vista. Ambos candidatos buscan un mayor control del Estado por encima de todos nosotros, ambos buscan acrecentar el poder de unas misiones que nacieron con un solo propósito: mantener a los pobres en su estado de pobreza y convertirlos en simple clientela política. Ambos plantean el mismo centralismo y el mismo paternalismo que nos ha llevado al borde del abismo económico, que nos mantiene en el subdesarrollo político y que destrozó espiritualmente a los ciudadanos, produciendo la mayor decadencia de principios y valores de la historia venezolana. Buscan repetir políticas fracasadas, perpetuando el Estado socialista del cual se enriquecen, pero que nunca llevará al desarrollo de Venezuela. Hablan de distribuir una riqueza que el país no produce, ni producirá bajos los slogans populistas que ellos llaman políticas públicas. No, yo no podría prestarme para legitimar tan perverso sistema, para aceptar y acatar, cual esclavo o soldado, un panorama sin libertad, un futuro encadenado al gobierno de turno. No puedo dejar de lado lo que mi inquieta conciencia me dicta al hacerme escribir estas líneas. Yo no creo que se puedan obtener distintos resultados a través de las mismas prácticas que por más de 50 años nos han atado al subdesarrollo. El verdadero cambio llegará, más pronto que tarde, pero vendrá después de que cambien los paradigmas aceptados por la sociedad. Mientras tanto, la legitimación de la miseria será nuestro pan de cada día; solo tendremos pañitos (o más bien mordazas) calientes que nos atarán aún más al Estado “benefactor”, coartando nuestra libertad. Y sí, ojalá este régimen no hiciera de las suyas y la oposición oficial no aceptara las marramuncias que me impidieron estar en el padrón electoral: ojalá pudiese votar este Domingo… para no hacerlo.