5/5/13
Desde hace dos años, cuando el nombre de Maduro apareció como el escogido para la sucesión del para aquél entonces enfermo Chávez, la opinión pública comenzó a desconfiar del ungido.
La impopularidad de Maduro, ya era su principal atributo cuando en diciembre pasado Chávez lo nombró candidato. Una desaprobación récord cuando le agregamos hoy su corta pero desastrosa administración. No hay aspecto que se salve, economía, justicia, social, política exterior. Lo esencial lo que tiene que ver con la conducción de los asuntos públicos, en dicho terreno, su saldo es negativo. A dicho pasivo, se le agrega el desastre moral.
¿Es necesario gastar tanto dinero, pasar tantas horas antes las cámaras y los micrófonos, amenazar e insultar a millones de venezolanos, para producir un resultado tan mediocre?
De forma innegable, hay una estrecha relación entre la intención y el resultado. Ninguna de las prioridades del régimen de Maduro se ha fijado como meta el bienestar de sus gobernados. El primer lugar lo ocupa la seguridad ciudadana, allí la situación no puede ser más dramática. Le siguen el gasto público, el necesario equilibrio presupuestario es un espejismo y la política fiscal es más represiva y expropiadora que recaudadora. El régimen no sabe lo que es la competitividad ni mucho menos se interesa por la creación de empleos estables y productivos.
Las primeras medidas en política monetaria, se han distinguido por su incoherencia y la vocería presidencial pasa días y horas a perjurar. Ninguna reforma, siquiera en materia social, sólo dádivas.
Nunca habrá sido tan fútil la negación de la realidad de la crisis, estigmatizar a la mitad del país, con tanta arrogancia, con tanto odio, creyéndose muy superior para obtener niveles altísimos de mediocridad. Un orgullo criminal, a decir de la violencia física que los diputados oficialistas ejercieron ésta semana en la Asamblea. Si dicha fuerza la utilizaran al servicio de una idea o de una voluntad firme por sacar al país de éste pantano. Pero la personalidad del ilegítimo presidente, sus cualidades intelectuales y su experticia política nunca lo permitirán.
La presidencia de Maduro está condenada a dar tumbos y a capitular.
Su sueño es dividir y cuando despierta es peor, por cuanto Maduro es un arcaico ideologizado. Esclavo de ese maniqueísmo castrista, a través de un repetitivo discurso sectario que le impiden despojarse de sus alienaciones. La confusión lo paraliza. El único acto político concreto ha sido viajar a La Habana. Bloqueado por sus adhesiones, su cultura, sus métodos, por su pasado de infiltrado en el sindicalismo, Maduro es un hombre inseguro e inestable, en hábil postura de suficiencia.
Así estamos, Venezuela la gran perdedora cuando el único ganador es Maduro. El feliz vencedor, propietario de las instituciones, que salvó un evento dramático, le dejarán ejercer el poder hasta el 2019.