7/6/14
La expresión se atribuye a Gabriel Naudé por su obra “Consideraciones políticas sobre los golpes de Estado”, Roma, 1639. Irónicamente, su edición castellana implica una suerte de “golpe de estado”, visto que la muy respetable editorial Tecnos de Madrid nos informa que “en castellano no ha habido ninguna edición anterior a la presente”. Enfatizando: “La presente traducción, primera en lengua castellana”, data del año 1998. No obstante, expresión idéntica puede leerse en una humilde edición de la Imprenta Universitaria de la UCV de septiembre de 1964, ¡un tercio de siglo antes!
Naudé no hace una teoría sobre los golpes de Estado, sino que expone una larga serie de ellos para mostrar con el ejemplo; no obstante, siguiendo sus palabras, podríamos definirlos como acciones audaces y extraordinarias ejecutadas por el soberano o sus ministros, contrarias el derecho común, sin guardar ningún orden ni forma de justicia, arriesgando el interés particular por el bien general.
Con el transcurso de los siglos, la idea se restringió a las acciones violentas que tienen como finalidad la conquista, conservación o ampliación del poder soberano. Finalmente, por razones que deben ser idiosincráticas o históricas, particularmente en el ámbito latinoamericano, se reducen aún más a las intentonas militares para tomar el poder, deponiendo por la fuerza al gobierno establecido.
Como se ve, la idea original era más amplia, abarcando desde el veneno y la puñalada, a los ardides y triquiñuelas para engañar o confundir al pueblo, pasando por toda clase de emboscadas y perfidias para deshacerse de rivales políticos, que no involucran necesariamente una intervención militar.
La idea es el zarpazo, la acción súbita que sorprende al enemigo y le impide toda respuesta, el rayo que cae antes de que se oiga el trueno, el ataque fulminante.
El golpismo es la médula del régimen impuesto en Venecuba, los integrantes del comando supremo de la revolución son golpistas y sus ejecutorias, golpes de Estado.
GOLPES DE CASTRO
Fidel Castro puede prestarnos un excelente muestrario para dar una idea bastante aproximada de lo que se considera golpe de Estado en sentido clásico.
Un ejemplo, la desaparición de Camilo Cienfuegos el 28 de octubre de 1959. El hecho es que le ordenaron someter a Huber Matos que criticaba en Camagüey la interferencia comunista en las Fuerzas Armadas, con el cálculo muy maquiavélico de ponerlo en el dilema de traicionar al amigo o exponerse a que lo acusaran de traicionar la revolución. Si alguno de los dos resultara muerto en un posible enfrentamiento, sería ganancia para Castro.
Como quiera que haya resuelto el dilema, no le gustó la solución: Huber Matos estaba vivo y Camilo de regreso a La Habana, en un trayecto corto, con un experimentado piloto. Entonces, el avión desapareció sin dejar rastros, presumiblemente derribado por un caza de la Fuerza Aérea en un confuso incidente nunca esclarecido. Todas los relacionados directa o indirectamente con el caso desaparecieron en forma violenta. No sobreviven testigos, nadie vio, nadie oyó, nadie dice nada.
Quizás el error de Camilo fue subirse al carro en que Fidel Castro entraba triunfante en La Habana, como se dice, robar cámara y aparecer en el primer plano eclipsando en alguna medida la imagen única del gran líder; quizás su origen popular, la influencia que se le atribuye entre el pueblo y la tropa; quizás el afán de corregir a Castro que lo llevó a preguntarle sardónicamente en medio de un discurso: “¿Voy bien, Camilo?”
Otro, el ajusticiamiento del Che Guevara el 8 de octubre de 1967 en Bolivia. Para este caso basta detenerse en la carta de despedida del Che leída por Castro en un discurso exactamente dos años antes: “Hago formal renuncia de mis cargos en la dirección del partido, de mi puesto de ministro, de mi grado de comandante, de mi condición de cubano. Nada legal me ata a Cuba…”. Y más adelante: “Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad…”.
En ese momento Guevara se encontraba perdido en el Congo de donde logró evacuar al personal cubano y salvarse milagrosamente en lo que consideró el mayor desastre de su vida. Execrado por la URSS después de su discurso de Argel criticando al bloque soviético, la lectura de aquella carta sin fecha, que se suponía podría ser usada sólo en caso de muerte, la consideró como una puñalada por la espalda.
El hecho es que estaba despedido, botado, en desgracia. No podía volver a Cuba sino clandestinamente, de la misma manera en que luego ingresó a Bolivia. Allí lo alcanzó la proscripción del Partido Comunista Boliviano que lo consideraba un aventurero y el anatema a sus teorías foquistas por el comunismo científico soviético.
Guevara fue entregado por agentes estalinistas del PCB y luego ajusticiado. Al igual que en el caso anterior, todos los participantes y testigos sufrieron una muerte violenta. Un dato curioso es que incluso extremistas europeos creyendo que estaban vengando al Che eliminaron a los únicos que podían desenredar la tramoya que lo expulsó de Cuba y lo llevó a un cerco del que no pudo escapar.
El hecho imprevisto fue que se convirtiera en un ícono revolucionario mundial, una impactante imagen propagandística, que los comunistas han explotado hasta el día de hoy, dejando sin despejar los oscuros nubarrones que eclipsaron su trágico destino.
Último, el general Arnaldo Ochoa, fusilado el 13 de julio de 1989. También vinculado a la aventura cubana en África; pero al contrario de Guevara, su maldición no fue la condena soviética sino ser el elegido como hombre de Moscú para la sucesión en Cuba.
Él hizo lo que le mandaron a hacer, alinearse con la URSS en todo, como correspondía a un comunista obediente y disciplinado. Lo que no podía preverse es que Moscú tomara el camino de la perestroika, el glasnost y que La Habana no lo siguiera, se rebelara y optara por seguir la ruta en solitario, algo absolutamente impensable segundos antes de que ocurriera. ¿Cómo es posible que los Castro se atrevieran a desafiar a la URSS?
Lo cierto es que los cubanos en el exterior se acostumbraron a decir que si Castro se ponía “chocho” habría que sustituirlo en la dirección del partido y del Estado. Ochoa era una de las pocas personas de la nomenklatura que tenía el privilegio de tutear a Castro. En una oportunidad, viendo que buscaba infructuosamente un tabaco, tuvo la osadía de decirle que se estaba poniendo “chocho”: esas fueron sus verdaderas últimas palabras.
El juicio de Arnaldo Ochoa es un modelo de lo que significa la justicia revolucionaria y muestra gráficamente en qué ha devenido la justicia en Venecuba. Se llama “tribunal de honor” a un monumento a la deshonra. Los abogados defensores eran de inferior jerarquía militar que jueces y fiscales, en sentido estricto, sus subordinados. Lo más patético es que reclaman más reconocimiento para sí porque la tarea que se les había impuesto era más difícil, teniendo que defender a estos traidores, su sacrificio por la revolución era mayor que el de todos los demás.
Las autoinculpaciones de AO son más devastadoras que las acusaciones de la fiscalía; admite todos los supuestos crímenes, exculpa expresamente a Fidel Castro y al gobierno de sus actividades criminales y pide la pena de muerte para sí mismo.
La lógica estalinista sigue funcionando: un comunista debe adherir en forma irrestricta las decisiones del partido, sino es un traidor. Si el partido decide que él es un traidor, entonces tiene que aceptarlo porque sino confirma que lo es. Si lo admite, es un leal comunista, pero está condenado, mejor aún, auto condenado.
AO murió gritando: “¡No soy un traidor!” Fidel Castro, que observaba su ejecución en circuito cerrado de televisión sólo comentó: “Murió como un hombre”.
Podríamos agregar el caso de Oswaldo Payá, pero eso nos llevaría a otro terreno.
EL ASESINATO DE CHÁVEZ
¿Quién puede decir semejante cosa? Su sucesor, que lo siente en su corazón. El cáncer, dice, se puede “inocular”; pero, ¿cómo? Si HC estuvo todo el tiempo en manos de los cubanos, incluso mucho antes de caer supuestamente enfermo, ¿quién podía tener acceso a él para inocularle el cáncer? Aquí el dilema obvio es: o los círculos de seguridad cubanos no funcionan o fueron ellos mismos quienes le inocularon el cáncer.
¿Qué dice Fidel Castro luego de la muerte de HC? Silencio. ¿Qué dice el gobierno cubano? Nada, en absoluto. ¿Qué hace el gobierno venecubano? ¡Condecora a los médicos cubanos que supuestamente atendieron al paciente hasta su muerte!
¿Por qué no los condecoran sus jefes en Cuba? Se vería mal, muy mal. La pregunta es: ¿Por qué condecorarlos si el paciente murió? ¿Será que esa era la verdadera “misión cumplida”? Si la misión hubiera sido curarlo o mantenerlo con vida, no la cumplieron, entonces no cabe el premio porque universalmente se condecora a quien va más allá del simple cumplimiento del deber. Pero el régimen cubano cuando esconde los cachos muestra el rabo: ellos autorizan a sus nacionales para recibir condecoraciones de otros países, luego, consienten en que estos supuestos médicos cumplieron su tarea más allá de lo que era razonablemente exigible, son héroes. Pero, ¿por qué? ¿Qué hicieron?
Eva Golinger, que se sepa, es la única que brinca al ruedo a respaldar esta teoría ultra conspirativista de la inoculación; pero como le corresponde, acusando a EUA, su país de origen. Esta es una de esas cosas extrañas que los americanos y sólo los americanos pueden hacer sin consecuencias, desde que desapareció el Comité Investigador de Actividades Antiamericanas.
En una larguísima reláfica que no resiste el menor análisis de estilo y que más parece redactada por el comité que fabrica las “Reflexiones” del comandante, EG suscribe la tesis de la inoculación del cáncer, pero se desbarranca hacia la idea de que podría ser una consecuencia lateral de actividades de espionaje electrónico, mediante radiaciones de microondas y cosas así.
Pero como la competencia técnica de Eva Golinger en física nuclear es equivalente a su virtud moral, la única credencial que le resta es ser gacetillera a sueldo del chavismo, así, lo único rescatable de sus numerosísimas y fatigantes intervenciones es que nunca es desmentida, refutada, corregida, ni descalificada por el interesado directo que es el gobierno de Cuba, ni por su filial en Venecuba.
Lo único bueno del totalitarismo es que cuando uno habla ya puede saberse lo que han convenido todos, puesto que su aspiración más celebrada es la unanimidad.
El gobierno de Cuba, el único directamente implicado en el asesinato de HC se delata con su silencio. Nunca hablan directamente sino a través de otros, conocidos empleados.
Pero, ¿por qué hacen tanta bulla con el tema? Parece que si ellos no lo hacen, otros podrían hacerlo y se dirigirían hacia el único sitio donde tendrían que ir las sospechas, entonces sólo se anticipan acusando, como siempre, a Estados Unidos.
Como en todos los ejemplos anteriores, quizás el error de HC fue pretender volverse el sucesor de Fidel Castro en la revolución continental; éste sería el móvil: Fidel Castro no tiene ni puede tener sucesores y todos los que lo han intentado han tenido el mismo fulminante final.
Buen ejemplo de Golpe de Estado, de estilo clásico, digno de Gabriel Naudé.