26/6/14
Para todos es sabido que la idea de la cristiandad nace y echa raíces alrededor de la esperanza de los oprimidos. Aquellos principios emblemáticos que caracterizaron los albores de la civilización griega, como el honor, la valentía, la dignidad y la soberbia que Sócrates y Platón supieron adormecer, y que vuelven a resplandecer en la República romana, nuevamente serán perseguidos y posteriormente execrados por la difusión de esa religión monoteísta cuyo origen germinó fuera de Europa. Lo absolutamente sedicioso del cristianismo, para la cultura clásica greco-romana, radica en su idea de igualdad entre los hombres ante la deidad. Si bien es cierto que dicho planteamiento giraba, en principio, en torno a un ámbito metafísico, pronto empezaría a permear e influir también en el ámbito terrenal y político.
El marxismo surge sobre bases muy similares a las del cristianismo. Fue cimentado sobre un paradigma de lucha de clases, a través de la cual también llegaría una supuesta redención para los oprimidos, aunque, esta vez en vida, a diferencia del cristianismo, cuya promesa de salvación llegaría una vez abandonado el cuerpo físico.
Ambos modelos han tenido profunda influencia entre aquellos que poseen una tendencia innata a creer en utopías o esperanzas de redención, que fungen de alivio para lo que es considerado por ellos un peso: el existir.
Concretamente, y por un adoctrinamiento contra-natura -en sentido real, y no moralmente hablando-, le han allanado el camino a todo tipo de monocracias, haciendo de la esclavitud su verdadero producto final. En el caso del cristianismo, al justificar y elevar el sufrimiento terrenal para tener mejores opciones de salvación en el más allá. En el caso del marxismo, mediante la promesa de una irrealizable homogeneización social, donde es aniquilado todo potencial de elevación y grandeza heroica, inherente al ser humano pleno y vigoroso. Lo que realmente logran ambos credos, en el acontecer político, es la consolidación de una patológica resignación en los individuos, que muy bien sabe aprovechar todo sociópata enquistado en el poder. Los esclavos de siempre, seguirán siéndolo hipnotizados por vagas esperanzas; los que antaño eran considerados nobles, valerosos, osados y luminosos serán esclavizados por obra de los predicadores que enaltecen lo decadente trans-valorando la moral de la nobleza, utilizando a los viles para su propósito.
Sobre la culpa ambas creencias modelan a un individuo débil y maleable: el cristianismo, sobre el pecado original; el marxismo, sobre la culpabilidad de otros por sufrimientos y miseria que, en realidad, no tienen otro culpable que el mismo miserable que las padece. En realidades donde se entremezclan creencias de este tipo, los déspotas tienen muy poca dificultad en someter a cristianos -despertando en ellos culpabilidades inexistentes, pero sí muy bien inoculadas, para anularlos inutilizando su vigor y rebeldía y a marxistas, azuzándolos contra los fantasmas de su psique, para desviar sobre esos señuelos la frustración y la ira que, de lo contrario, podrían revertírseles.
Si descartáramos momentáneamente, y sólo por falta de pruebas tangibles, una colaboración implícita de los políticos de la Oposición Oficial con el régimen, podríamos justificar su indigente actuación en la profunda y marcada influencia que han ejercido sobre ellos, y en sus seguidores, los dogmas de la Iglesia y del marxismo.
La resignación que los caracteriza, junto a esa capacidad de soportar ofensas y humillaciones, además de la banalidad del cómo justifican cada derrota con un espléndido abanico de rostros que ya olvidaron el sentir cualquier tipo de vergüenza, representa un fiel reflejo del espécimen forjado en torno a patrones de vil servilismo, producto del adoctrinamiento cristiano-marxista.
Socialdemócratas y socialcristianos, en todas sus ramificaciones y desviaciones, por no citar a “socialistas democráticos”, no pueden, ni podrán oponerse con éxito y, finalmente, doblegar a quienes como ellos son movidos por ideales afines a los de los comunistas. Todos éstos son hijos de una asfixia cultural, que pronto agonizará para que pueda restablecerse una perspectiva de existencia genuina, que le permita a todo hombre noble buscar lo luminoso en su interioridad; donde cada quien ejerza su liderazgo para reconquistar la verdadera Libertad.