26/3/17
Para que sobreviva la revolución cubana debe sobrevivir la revolución bolivariana, decía Fidel Castro mientras abrazaba a Hugo Chávez; pero el adagio jurídico dice que lo accesorio sigue la suerte de lo principal, entonces, si cae la revolución cubana también caerá la revolución venezolana.
Los procesos políticos de ambos países han estado entreverados antes del triunfo de la democracia en Venezuela en enero de 1958 y la entrada de los barbudos en La Habana en enero de 1959. Fue popular la campaña de “un bolívar para la Sierra Maestra” que recaudaba fondos para enviárselos a Castro como una suerte de cordón umbilical que todavía no se ha cortado.
Este fue el primer país que visitó Castro apenas quince días después de bajar de la sierra, antes de formar su propio gobierno, dando un mitin multitudinario en el centro de Caracas, en ilustrativo contraste con la acogida que tuvo Richard Nixon el año anterior, que fue recibido a patadas y escupitajos por la misma multitud enardecida, al punto que la flota americana se movilizó ante la eventualidad de rescatar a su vicepresidente en peligro de ser linchado.
Tanto más irónico es que la democracia en Venezuela le debe mucho más al beneplácito de EEUU que al apoyo de Cuba que entonces todavía estaba bajo el yugo de Batista; sin decir que los americanos pagan al contado la factura petrolera mientras que Castro sólo recibe a crédito y nunca paga, salvo el simulacro de servicios que son en realidad productos de la ocupación.
Fidel Castro tuvo razón y fue profético cuando proclamó aquel 23 de enero de 1959: “Con el impacto de la emoción más grande de mi vida, porque fue para mí más emocionante la entrada en Caracas que la entrada en La Habana, porque aquí lo he recibido todo de quienes nada han recibido de mi”.
Así que los comunistas sacan un provecho indebido de la simpatía que profesan los venezolanos por Cuba, que en relaciones internacionales es contraria al comportamiento normal de todos los países en todos los tiempos, de “dar todo sin recibir nada a cambio”, como no sea este rosario de calamidades en que se ha convertido el trasplante del sistema de dominación política insular a tierra firme.
Paradójimente, muestran una singular insensibilidad ante los ostensibles sufrimientos del pueblo cubano, se tragan completo el discurso descalificatorio oficial de que los anticastristas son batisteros, gusanos, mercenarios, mientras que la dictadura militar comunista se percibe como un David enfrentado al Goliat imperialista americano.
Esa visión distorsionada de la realidad ha sufrido un vuelco radical cuando les ha tocado sufrir a su vez los desmanes de los comunistas; es ahora que, como al despertar de un sueño soporífico, se siente el escarmiento después de años de complicidad e indolencia frente a las tragedias ajenas.
Hoy se entiende que la solidaridad no es un asunto de filantropía, sino parte esencial del instinto de conservación: Si los venezolanos no ponemos todos nuestros esfuerzos y recursos en función de la libertad de Cuba no podremos salir de esta trampajaula que hemos ayudado a armar.
Porque le entregamos la llave al carcelero, que está allá.
CON LOS SANTOS NO SE JUEGA
En EEUU se suele decir que “nadie sabe lo que hará el presidente Trump, ni siquiera el mismo presidente Trump”, por lo que resulta ocioso conjeturar cuál pueda ser el curso que tomará su relación con Castro para alejarse de la apertura de Obama (siempre que no sea desautorizado por algún juez federal).
Pero hay cuestiones duras que están por encima de lo que haga o deje de hacer una administración, así como sobre la pretendida omnipotencia del partido comunista, por ejemplo, que Raúl Castro tiene ya 85 años y aunque diga que abandonará el poder en el 2018 no existe ninguna garantía de eso ni de cualquier otra alternativa.
Aquí cobra especial pertinencia la sentencia de Nikita Kruschev que dice: “Si el socialismo quiere tener algún futuro, tiene que resolver el problema de la sucesión. No puede ser que cada vez que se plantee un relevo de mando lleguemos al borde de la guerra civil”.
Kruschev no ocultaba su envidia ante el hecho de que las democracias occidentales han encontrado mecanismos institucionales para traspasar pacíficamente el poder o, como diría Raymond Aron, “sin derramamiento de sangre”. Este problema no lo ha resuelto ni remotamente la élite dominante en Cuba.
A nadie se le escapa que el anuncio de la muerte de Fidel Castro el 25 de noviembre pasado fue sólo eso, un anuncio; nadie cree que haya muerto realmente ese día que es el mismo en que sesenta años atrás, en 1956, el yate Granma zarpó del puerto de Tuxpan, Veracruz, México, para invadir a Cuba, iniciando la lucha armada en la Sierra Maestra.
El 26, día en que el Comité Organizador inició las exequias, tiene tan relevantes connotaciones esotéricas para esa secta que hace la coincidencia tan oportuna como le resta credibilidad: a su movimiento lo llamó 26 de julio (M-26), nació el año 26, su día es el 13, o sea, la mitad de 26 y así un largo etcétera.
Se decretaron 9 días de duelo nacional, es decir, un novenario, como es costumbre para los fieles difuntos en la religión católica. Pero lo más llamativo es que la fecha escogida para el entierro al pasar los nueve días cayó el 4 de diciembre, esto es, el día de Santa Bárbara, adorada por los cubanos, pero también del orishá Changó, deidad de la religión yoruba, de la santería cubana, dios del trueno, la virilidad, la guerra. Ambos ataviados de rojo, fácil de asociar con la bandera del partido.
Desde el principio Castro utilizó estas truculencias, haciendo posar una paloma blanca amaestrada en su hombro mientras daba su primer discurso, desde entonces se dio a conocer como “el mensajero de Ochún”, otra orishá, esposa de Changó, que se sincretiza en la Virgen de la Caridad del Cobre, La Cachita, Patrona de Cuba.
El verdadero fracaso del marxismo en Cuba fue su intento de imponer una filosofía materialista y tener que rendirse ante la ancestral espiritualidad del pueblo cubano; pero esto los aleja de las preocupaciones prácticas de la vida, económicas, lo que ayuda a comprender que estén más cerca del Papa Francisco que de Donald Trump, que adopta un crudo pragmatismo mientras Castro se refugia en la magia y el ocultismo.
Raúl Castro ha declarado que “con un Papa así” hasta él volverá a la Iglesia; el Papa replica que “son los comunistas los que piensan como cristianos”. Para los jesuitas el comunismo ya no es el problema sino el consumismo, que luchan por erradicar.
De Fidel Castro se sabe que fue educado por los jesuitas, así como que San Ignacio de Loyola fue un militar, creador original de los principios de disciplina, subordinación y obediencia absolutos. Sus camaradas lo denunciaron ante el Papa Pablo IV como “un tirano, que gobierna despóticamente”. Y no porque fuera terco, empecinado e inflexible, como siempre se dice, sino porque es imposible crear una organización ascética sin un estricto autoritarismo.
Se ignora por completo cuáles puedan ser los ritos funerarios comunistas porque se supone que son ateos, por lo que no hay pastores que ayuden al tránsito del alma al más allá, entonces, Raúl Castro tiene que oficiar como deudo, sucesor y sumo sacerdote de un culto desconocido, celebrado en estricta privacidad.
Para aumentar los interrogantes se incineró el cadáver, de manera que no se puede saber ni se podrá verificar nunca cuándo y de qué murió, ni siquiera de quién o qué serán esas supuestas cenizas que pasearon a lo largo de la isla para inhumarlas en Santiago dentro de una enigmática roca de granito de varias toneladas, casi esférica, con una liturgia extraña, lo que justifica otras especulaciones.
Quizás sea sólo un gusto del tirano que sepultó a su esposa fallecida en 2007, Vilma Espín, en una semejante ubicada en el Mausoleo del II Frente Oriental donde se reservó un lugar para sí mismo; pero el culto de la roca puede encontrarse en religiones como el Islam, que venera la piedra negra de la Kaaba y el domo de la roca en el Monte del Templo, desde la que Mahoma habría ascendido al cielo con todo y su caballo, Buraq.
Según la tradición Jesús le dijo a su discípulo Simón que “eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, donde se fundamenta el derecho sucesoral del papado. Sería una piedra fundacional, símbolo de la solidez de la revolución, la base de un nuevo credo.
En Venezuela de inmediato el sacerdote José Palmar, antiguo chavista, denunció que quien murió fue un tal Silvino Álvarez, que ejercía como doble de Fidel Castro, quien habría muerto el 5 de marzo de 2013.
Curiosamente, la fecha que le atribuyen a Hugo Chávez, quien no murió el 5 de marzo de 2013, como se dijo, sino el 30 de diciembre de 2012, según su jefe de seguridad, el capitán Leamsy Salazar.
Fantásticos montajes, urdidos meticulosamente, con cada paso calculado, nada dejado al azar o a la espontaneidad, como corresponde a buenos comunistas-científicos; pero todo tan falso como un museo de cera.
Vidas consagradas a la mentira, no pueden tener ni siquiera una muerte cierta.
FINAL DEL JUEGO
A Yogui Berra se atribuye haber dicho que “el juego no se acaba hasta que se termina”, a Mao que ciertamente “la basura no desaparece por donde no pasa la escoba”, lo que conduce a la idea de que algo queda inconcluso en Cuba, donde nada parece haber terminado con el anuncio de la muerte de Fidel Castro.
Es cierto que los comunistas pretenden transmitir la fingida confianza en que aun con la muerte o el retiro de Raúl Castro, nada cambiará en la isla y todo seguirá como ha sido hasta ahora, luego de más de medio siglo de hegemonía del Partido Comunista Cubano.
Y este es el quid de la cuestión: que se concluya, al menos en occidente, que un régimen de partido único es inaceptable, no sólo por contrario a los Derechos Humanos, por las altas dosis de represión requeridas para mantenerlo, sino porque es impracticable, imposible de realizar, una quimera estéril y cruel.
Se ha establecido que en los países totalitarios el nudo poder se desplaza de las Fuerzas Armadas a la policía secreta; esto es un peligro como una oportunidad, como atestiguan el fin cruento de Lavrenti Beria a la muerte de su amo Stalin y el encumbramiento de Vladimir Putin, de esbirro del KGB a dueño de todo el poder en la Rusia post soviética.
Raúl Castro parece haber resuelto su pugna con el MinInt a favor del MinFar: nombró Jefe de Coordinación de Inteligencia de ambos ministerios a su hijo, coronel Alejandro Castro Espín, delfín y posible sucesor del trono. Las FFAA controlan todo en Cuba, no sólo la represión interna y defensa externa, que es su función formal, sino la economía, mediante empresas que manejan tanto la escasa producción interna como el comercio exterior mediante un holding conocido como Grupo de Administración Empresarial, S.A. (GAESA), que preside su yerno el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, padre de Raúl Rodríguez Castro, nieto-guardaespaldas y sombra impertinente del tirano.
El método secretista cubano se ha transparentado por lo que hacen en Venezuela, donde los militares han asumido todas las funciones de gobierno y administración, desde los poderes públicos, las gobernaciones de Estado, hasta los fondos, banca, fundaciones, empresas públicas y las privadas que caen bajo régimen de confiscación.
Volviendo a Donald Trump, quien se autodefine como “un negociador justo”, la única veleta para determinar la dirección en que sopla el viento es la medida en que esto sea negocio para su administración. Es desalentador recordar que el tamaño de toda la economía cubana no alcanza a un condado de La Florida, sólo uno entre cincuenta Estados y no el más grande.
Venezuela tiene un poco más, pero eso depende de cómo nos vea el Secretario de Estado, para quien “lo que es bueno para Exxon es bueno para EEUU”, de qué oportunidades brinde la desregulación ambientalista allá y la rebatiña del arco minero del Orinoco aquí.
El plan de Obama, bendecido por el Papa, es llevar a Maduro hasta el 2019 y que haya algún simulacro de elecciones así no sean creíbles; en el ínterin se le vence el período a Raúl Castro en 2018. ¿Podrá Maduro sobrevivir sin su mentor en La Habana? ¿No se rompe el equilibrio entre una ficha de Cuba en la presidencia y otra de Irán en la vice? ¿Pondrá Rusia aquí su anunciado puerto para submarinos nucleares, como hizo en Siria?
Es un dicho venezolano, no repetido en ninguna otra parte, que: “La esperanza es lo último que se pierde”; pero no parece que pueda tenerse a falta de todo lo demás.