5/5/18
El 5 de mayo se conmemora el bicentenario del natalicio de Karl Marx, una celebración extrañamente global. Su pensamiento ostenta la hegemonía en Latinoamérica desde el Río Bravo hasta la Tierra del Fuego y lo más sorprendente es que su ascenso coincide con el derrumbe del socialismo real como movimiento político e ideológico en Europa.
Sería extraordinariamente arduo y probablemente imposible hacer una lista país por país de todos los partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales y otras organizaciones, incluso guerrilleras, cuya base ideológica es el marxismo, en sus incontables variantes: castristas, guevaristas, sandinistas, camilistas, senderistas, maoístas, trotskistas, estalinistas, leninistas, socialdemócratas en general.
Numerosos gobiernos son de esa tendencia: Cuba, Nicaragua, El Salvador, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Venezuela, alternativamente Chile, Perú; son oposición principal en México, Colombia, Honduras y en todos los demás países, desde la minúscula Grenada hasta el gigantesco Brasil, tienen influencia determinante.
Si hubiera un debate ideológico realmente importante para el siglo XXI en Latinoamérica éste tendría que librarse contra el marxismo, que acapara el ámbito de la cultura y el lenguaje, no sólo en universidades y espacios académicos sino en los medios de comunicación impresos y audiovisuales, en novelas, poemas, canciones, películas, teatro, en fin, todas las artes.
Esta situación es producto de la actividad consciente y deliberada de los intelectuales comunistas y aliados que han luchado tenazmente por conquistar esa hegemonía cultural como paso previo a la conquista del poder político, inspirados en la concepción estratégica de Antonio Gramsci.
Así que es conveniente identificar algunos de los tópicos del marxismo que hoy pasan como moneda corriente en el lenguaje cotidiano como si fueran verdades indiscutibles, para intentar una crítica sistemática, lo que exige algunos capítulos sucesivos.
Esto sería, como diría el propio Marx, “un ajuste de cuentas” con el marxismo cotidiano que nos ha acompañado toda la vida, desde que tenemos uso de razón y entramos en el mundo del lenguaje y la comunicación en el ámbito latinoamericano o hispanohablante, que trasciende los límites de este subcontinente.
CLASISMO Y RACISMO.
Racismo y clasismo no son lo mismo, uno pone su fe en la potencia impulsora de la Naturaleza, el otro en la Historia; ambos diluyen al individuo realmente existente en categorías generales y abstractas, sea la raza o la clase, que en realidad no existen.
La sociedad no se divide en clases, como proclama Marx en su Manifiesto Comunista, ni tampoco en razas y hay algo inhumano en pretenderlo; pero mientras el racismo es repudiado, al menos en público, y las supuestas ciencias raciales rebajadas a la categoría de pseudociencias, no ocurre lo mismo con el clasismo, que ventilan con orgullo quienes lo profesan y no ha sido proscrito en ninguna parte aunque es tanto o más destructivo.
La observación de clases en los estudios sociales, como ocurre en la aún más ostensible observación de razas, es un típico ejemplo de hipostatización, esto es, la proyección en la realidad de ideas preconcebidas.
Marx puede disculparse alegando que no descubrió la división de la sociedad en clases, ni siquiera el hecho de que lucharan entre sí; el descubrimiento que se arroga es que esta lucha culminaría con el triunfo definitivo del proletariado, el establecimiento de su dictadura y el fin de la sociedad de clases, algo que no pocos interpretan como el Fin de la Historia.
Si el motor que mueve el desenvolvimiento de la sociedad por las diversas etapas de su desarrollo es la lucha de clases, no se ve cómo podría ésta moverse una vez abolidas las clases y el Estado se haya extinguido para ser sustituido por una suerte de administrador de los bienes comunes de toda la humanidad. El resultado sería de un fatal estancamiento.
Pero las inconsistencias de esta concepción de la sociedad, la haya o no inventado Marx, son muy anteriores al triunfo del proletariado y la autoabolición de su razón de ser, lo cual es de por sí contradictorio, y se encuentran en su definición misma, de qué sea una clase social, cómo se entra en ella, si se puede salir y las características que se le atribuyen.
No en balde Marx nunca hizo una teoría de las clases sociales sino que las dio por descontadas esbozando generalidades como ser propietario o no de medios de producción y vivir del trabajo propio o ajeno.
No se sabe cómo se ingresa en una clase social, que no debe ser sólo en virtud de un contrato de trabajo, que le daría un carácter estrictamente jurídico a la condición de clase y podría romperse con el contrato mismo, ni otorgaría las características intrínsecas atribuidas a la condición de clase del trabajador asalariado, como la conciencia de clase, por ejemplo.
Tampoco puede ser por matrimonio o nacimiento, vínculos jurídico y natural, aunque la condición de “proletario” abarca al trabajador asalariado y a su familia, de hecho, el mismo adjetivo es desafortunado porque habrá trabajadores solteros, sin hijos, así que la prole no tiene ningún carácter definidor, como el no tener nada que perder “salvo las cadenas” no es otra cosa que una metáfora exagerada.
En Venezuela la condición de “obrero” no cambia aunque quien la tiene sea parlamentario, canciller o presidente de la república, de manera que no tiene nada que ver con las relaciones de producción ni con el hecho de devengar un “salario” sino que es inmanente a la persona, como la raza.
“El nivel mínimo de salario, y el único necesario, es lo requerido para mantener al obrero durante el trabajo y para que él pueda alimentar a su familia y no se extinga la raza de los obreros”, dice Marx en los Manuscritos Económico-filosóficos de 1844.
Los seres humanos no se dejan clasificar pasivamente, no son elementos químicos o físicos inconscientes, sino que pueden darse cuenta de donde los han puesto y tratar de cambiar esa posición, no solo en sentido positivo, de superación, sino al contrario: la mayoría de los adalides del proletariado son en realidad nobles, “buenos burgueses”, profesionales universitarios, que no se sabe el porqué traicionarían a su clase de origen.
Ningún partido comunista es ni ha sido nunca “obrero” más allá de la autodefinición programática, no son partidos de clase, ni la clase organizada en partido.
Lo más chocante de esta teoría es la consideración de las clases como potencias históricas, antropomórficas, con voluntad, consciencia e intereses propios, diferentes y superiores a cualquiera de los de sus miembros individualmente considerados. Esta sola observación convierte esta teoría en una mistificación, en una creencia en fuerzas incontrolables que trascienden la capacidad de los hombres y son independientes de su voluntad, propósitos e intenciones.
Quizás en el siglo XX fue una oposición plausible a las teorías racistas del nacional socialismo que les disputaban el terreno político e ideológico; pero aunque el PSD Alemán repudió la lucha de clases como táctica política desde sus primeras décadas, al contrario, los PC aún la siguen utilizando y ciertos PSD de Latinoamérica echan mano de ella con deliberado oportunismo político.
La Carta de la ONU en sus artículos 1-3; 13 b); 55 c) y 76 c) consagra los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales de todos, sin distinciones de raza, sexo, idioma y religión, sin mencionar la clase o condición social. Esto se explicaría porque al menos dos potencias de su Consejo de Seguridad se organizaban a partir de una concepción clasista; pero ahora que la URSS desapareció y China abandonó la dictadura del proletariado, sería su oportunidad de ponerse al día con la Humanidad.
Considerando que la teoría de clases es filosóficamente inconsistente, lógicamente falsa, políticamente manipuladora, históricamente destructiva y moralmente repugnante, debería ser también jurídicamente punible.