3/6/18
¿Dónde se ha visto que un país ponga en circulación una moneda con el nombre de un candidato a la presidencia del país vecino? Esto sólo ocurre en Venezuela, donde cada día se rompe el record mundial del absurdo. Lo que se echa de menos es una autoridad que trace límites y pueda decir: “Hasta aquí, esto no se puede hacer”.
Más sorprendente es la respuesta de Colombia ante esta flagrante intromisión en sus asuntos internos: el silencio elevado al cubo. Primero, en sus instituciones públicas. Nadie en el gobierno, el congreso, la judicatura, el para-estado de la guerrilla, se da por enterado.
Tampoco la oposición dice nada, quizás para no dar una pelea fácil al provocador del barrio, ni caer en una proyección gratuita del candidato en cuestión; pero debe llegar un momento en que ya no pueda seguir evadiendo los hechos que por elocuentes terminen exponiéndola a dar la impresión de un tácito consentimiento.
De todos, el más desconcertante es el mismo Petro, que parece haber perdido el derecho al nombre, porque ¿cómo es posible que se lo pongan nada menos que a una moneda, aunque sea virtual, y él no tenga nada que decir?
El régimen imperante en Venezuela ha planteado una controversia internacional de altos decibeles con esta llamada cripto moneda de modo que no puede pasar desapercibida, trata de forzar a instituciones y particulares a usarla como medio de pago, incluso con propósitos fiscales, planteando la disyuntiva de pagar en bolívares o en petros, lo cual eleva a Petro a un rango simbólico equivalente al de Bolívar, lo que luce excesivo para un régimen que se autodenomina “bolivariano” y ahora no faltará quien lo identifique como “petroriano”.
En verdad, Petro es un bolivariano sincero y de muy larga data, hasta dice haber fundado un barrio y lo bautizó “Bolívar”. Siendo guerrillero del M-19 reivindicó el robo de la espada de Bolívar que había perpetrado su organización con fines propagandísticos en 1974.
Según Antonio Navarro Wolff, líder de la organización, la ocultaron en la embajada de Cuba en Panamá durante el régimen de Manuel Antonio Noriega y cuando fue derrocado en 1989 se la llevaron en una valija diplomática a La Habana, donde Castro la tuvo en custodia hasta su solemne devolución a Colombia en 1991, otra prueba, si hicieran falta más, de la conexión umbilical del régimen cubano con la guerrilla colombiana.
Para Petro la espada no es un simple trozo de metal sino un símbolo que encarna los objetivos del Libertador y que ellos planeaban devolver cuando lograran “construir una nación del tamaño del sueño de Bolívar”, esto es, la Gran Colombia, coincidiendo con la irrupción de Chávez en la escena política apenas el año siguiente, el 4 de febrero de 1992.
“Así no les guste a muchos, Hugo Chávez será un hombre que recordará la historia de América Latina, sus críticos serán olvidados” y al anuncio de la supuesta muerte de Chávez el 5 de marzo de 2013 escribió Petro: “Viviste en los tiempos de Chávez y quizás pensaste que era un payaso. Te engañaste. Viviste los tiempos de un gran líder latinoamericano”.
A la pregunta de si fue un dictador invariablemente responde que no y reitera que “lo eligieron popularmente varias veces. Creo que no hubo dudas sobre sus elecciones, hasta donde yo tengo datos, no hubo dudas”, ignorando docenas de informes técnicos electorales venezolanos y publicaciones de revistas arbitradas de universidades en el exterior que revelan el sistema electoral fraudulento implantado por lo menos desde el 2004 y que ya desconocen desde la ONU a la UE pasando por la OEA.
Petro se define como candidato de la izquierda frente a la derecha representada por Duque, originalmente proponía una Constituyente aunque se transaría por lograr sus objetivos con acuerdos parlamentarios, esto es, Chávez en dos tiempos, 1999 y 2007. Define su conducta como –esto es increíble- “la política del amor” o “el amor social”, la opción preferencial por los más excluidos, como los magnicidios de Chávez, clama a diario que lo quiere asesinar “la clase política tradicional”, ambos emulan a Castro, que acumuló más de 600 supuestos atentados y murió de decrepitud aferrado al poder. Si todo esto no es chavismo, habrá que buscarle un nombre.
Alias Timochenko votó por primera vez en su vida en la primera vuelta del domingo 27 de mayo cerciorándose escrupulosamente de no marcar en blanco, “porque aquí no se puede votar en blanco”. Sin necesidad de adivinar por quién votó, es seguro que no fue por Iván Duque, “el candidato de la derecha”.
Las FARC se han declarado como “bolivarianas” desde hace años y recientemente, ante la condena mundial a la dictadura en Venezuela, ratificaron su firme respaldo al régimen de Maduro, lo que implica un apoyo armado, porque las FARC-Venezuela no figura en los acuerdos de La Habana, no tienen zonas veredales de concentración, ni hacen esculturas modernas con las armas.
Es un hecho claro e incontrovertible que todo el chiripero de las organizaciones llamadas de izquierda están agavilladas en torno a la candidatura de Petro para escenificar en Colombia el mismo libreto que consideran exitoso en Venezuela, hasta con los mismos actores del Foro de Sao Paulo, los No Alineados, extremistas europeos, norteamericanos y del medio oriente, Irán, Rusia y China, que les sirven de red de complicidades a nivel internacional.
El discurso manifiesto de Petro es el mismo pastiche de clasismo, ecologismo, ideología de género, aborto, sobre todo un irreductible antiliberalismo y anticapitalismo, que oculta lo no manifiesto, un comunismo de closet que está en la base del marxismo post soviético.
Los mismos pseudointelectuales repiten que “Colombia no es Venezuela”, “aquí hay instituciones”, “división de poderes”, etcétera; como decían que “Venezuela no es Cuba” y el muy cómico estribillo de que los venezolanos tenían “un gen democrático” que iba a impedir que se pudiera establecer aquí ninguna dictadura.
Hoy ellos mismos, sin solución de continuidad ni retractarse de nada, andan por el mundo clamando contra la tiranía con la que tanto colaboraron, eso sí, sin denunciar a Cuba ni al comunismo: lo que existe en Venezuela es un régimen corrupto y “autoritario”.
La única pregunta seria que cabe plantear es, ¿cómo es posible que siendo testigos de la catástrofe humanitaria en que sucumbe este Estado en disolución, no obstante, insistan en continuar la labor destructora en el país vecino? ¿Cómo es posible que tantos colombianos apoyen esa tendencia?
La respuesta verdadera suele ser la más simple: es la ideología, que hace a las personas impermeables al testimonio de la realidad; la omnipotencia del partido, que no permite dar vuelta atrás, una vez que el mecanismo totalitario se ha puesto en marcha.
Entonces, frente a ellos, no hay otra alternativa que “la victoria o la muerte”.