25/7/18
Los términos "derecha" e "izquierda" en la política se originaron en Francia en tiempos de revolución, a finales del siglo XVIII.
Aquellos que se sentaban a la derecha en el parlamento francés eran los conservadores que querían preservar las instituciones, y los que se sentaban a la izquierda eran los que buscaban cambios revolucionarios.
En el resto del mundo estos términos comenzaron a usarse con frecuencia en el siglo XX, y empezaron las complicaciones... que si extrema derecha, que si extrema izquierda, que si centro esto, centro aquello.
La realidad es mucho más simple que los términos en sí.
La "derecha" es esencialmente conservadora de lo que somos y lo que tenemos, y se apoya en los lineamientos capitalistas para multiplicar recursos y aumentar la prosperidad. Pero así como exige esfuerzo y competitividad, y por ende méritos, también requiere conciencia y valores, porque hay una estructura legal y moral que acatar.
La "izquierda" es esencialmente inconforme, busca cambios en las estructuras, empleando elementos como la propaganda, y diversos modos de alarmar a la sociedad y fracturar la confianza que se tiene en las instituciones.
Básicamente la derecha defiende la ley natural, el devenir de las cosas, el "todo a su tiempo". La izquierda apresura los cambios y las decisiones en un enfoque más racionalista, cuestionando las fuerzas superiores y la fe.
El tema de las políticas sociales ha sido crucial a la hora de la captación de militancia izquierdista, porque la propaganda es constante, y según la misma "todo izquierdista es sensible" o "todo derechista" es insensible.
Los hechos rebaten estas consignas, especialmente cuando la izquierda llega al poder, y empiezan a deformarse los propósitos claves de los proyectos socialistas.
La izquierda que alterna el poder con otros actores políticos es en realidad lo que llamamos socialdemocracia, que no es más que un tránsito hasta llegar a la meta deseada: el estado socialista.
Eso lo experimentamos aquí en Venezuela, y ya estamos viendo las consecuencias.
Un gobierno de derecha en cualquier parte del mundo puede perfectamente implementar políticas sociales exitosas, pero no fundamentará el ejercicio del poder en ayudas a la población, porque lo que busca es que las personas se valgan por sí solas, y por eso el capitalismo es el sistema escogido, por ser tan eficiente organizando y motivando a las personas hacia la capacitación y la productividad.
Por ello es clásico observar cómo la izquierda reacciona ante las políticas de inversión y empleo de los gobiernos capitalistas. También por ello es clásico observar cómo, una vez en el poder la izquierda se dedica a convertir a los ciudadanos en personas dependientes del estado, y los colectiviza para poder ejercer dominio sobre ellos.
Acusando a empresarios e inversionistas de esclavizar a la gente a través del empleo, terminan logrando capturar a las almas inconformes, despojándolas de lo que es en realidad la clave de la prosperidad: producción y esfuerzo sostenido.
La educación y la salud, banderas notables de la izquierda, están sobreentendidas bajo un gobierno de derecha, porque son parte del aparato productivo, no son temas de caridad.
El socialismo en sus dos versiones, nacionalsocialismo y comunismo, colectiviza a las personas y las hace dependientes del estado, bien sea a través de dádivas o a través de regulaciones en el comportamiento, y restricciones en aspiraciones y ambiciones.