5/08/18
Periódicamente la DW le dedica un documental a Venezuela, en todos ritualmente repite los mismos lugares comunes que refuerzan la narrativa que los medios de comunicación europeos se han inventado para presentar a sus espectadores la llamada revolución chavista.
Básicamente que es un movimiento popular, sustentado en los pobres y que tuvo, al menos al principio, un carácter benefactor para las grandes multitudes que por esto, entre otras cosas, como el carisma, apoyaban fervientemente al proyecto bolivariano.
El esquema de todos los documentales comienza con esas multitudes enfebrecidas para continuar encaramándose en un cerro en Petare donde, según ellos, está el sustento del chavismo, es decir, entre la gente que no cuenta y nunca ha contado para nada en las decisiones políticas fundamentales.
Jamás ni nunca las cámaras de la DW descenderán hasta la Escuela Militar para mostrarnos quienes son los profesores que se han pasado la vida fraguando esas logias de militares imbuidos de bolivarianismo; nunca entrevistarán a los dueños de Smartmatic, Derwick & Associates, Rafael Ramírez y familia, Wilmer Ruperti et al; jamás sabremos quienes son los generales dueños del Arco Minero del Orinoco, del oro negro y del oro blanco; los señores feudales que se repartieron el país, un Estado para cada uno y su montonera.
Ni siquiera hacen lo que siempre han hecho los investigadores periodísticos, que es seguir la pista del dinero, quizás porque las rutas los podrían llevar al Deutsche-Bank, a la Banca Suiza, Liechtenstein, Mónaco, Andorra y otros paraísos fiscales europeos.
Es mucho más cómodo, aunque no exento de cierta crueldad, echarles la culpa a los pobres, decir que primero elevaron a Chávez, luego sacaron ciertos beneficios para terminar postrados en la más abyecta ignominia.
La verdad es que quienes elevaron a Chávez fueron los militares golpistas, los políticos corruptos llamados notables aliados con los revanchistas de la izquierda senil, empresarios inescrupulosos y una larga ristra de parásitos oportunistas que siempre se pegan a cualquier gobierno, no importa cuál sea su signo, que se aprovecharon del poder entonces y lo siguen haciendo ahora, ellos brindan con champaña sobre cada reportaje de la DW.
En el más reciente del 1º de agosto, “Venezuela: la huida de un Estado fallido”, utilizan al sociólogo Tulio Hernández, presuntamente refugiado en Colombia, que puede servir para ilustrar la vieja costumbre socialista de presentar sus alabanzas con aire crítico, igual que atacan cuando simulan elogiar, es decir, que aparentan lo contrario de lo que hacen en la realidad.
Dice que “al final Chávez se fue pareciendo a figuras autoritarias, abiertamente autoritarias, como por ejemplo, ¡Pinochet!”, no Castro; “el verdadero aliado de la revolución es el pobre”, a despecho de la oligarquía chavista; en Venezuela “había un gran resentimiento colectivo contra las clases altas y los políticos”, los que rodearon a Chávez, José Vicente Rangel, Luis Miquilena, Manuel Quijada, ni eran políticos y menos de las clases altas.
“Los grupos colectivos hechos a la manera de Mussolini, de los camisas negras de Mussolini”, no de los CDR de Cuba. A TH no le faltó ni una letra para decir que esta es una tiranía “fascista”, o sea, lo que claman los comunistas venezolanos de “oposición” por todo el mundo.
Lo grave no son las falsedades y tergiversaciones de TH sino el hecho de que son un tributo que paga para aparecer en la DW. Por supuesto, si hubiera dicho que la afinidad política e ideológica de Chávez y consortes es con Salvador Allende, nunca hubiera salido en la pantalla de la DW, resulta mejor una mentira conveniente, decir que es Pinochet.
Si hubiera denunciado a la Internacional Socialista, al comunismo internacional, al Foro de Sao Paulo, al grupo alemán Die Linke, a los verdes, al grupo de eurodiputados que obstruyen cualquier iniciativa unitaria sobre Venezuela; pero no, es preferible parlotear supercherías bajo los reflectores que defender la verdad en catacumbas sombrías.
La DW sigue la línea de la mayoría de los medios globales europeos que se deben a un público ávido de revoluciones, pero en el tercer mundo; devotos del multiculturalismo, pero que los demás vistan guayucos, no ellos; ecologistas, pero en la selva amazónica; que repugnan la pesca de arrastre que destruye los ecosistemas, pero no renuncian al salmón ahumado; partidarios del aborto, después que ellos nacieron; de la eutanasia, pero luchan por sus vidas y de la comunidad LGBTI, sin comentarios.
Generalmente agudos, penetrantes e hipercríticos, lo que hizo la grandeza del pensamiento Alemán, cuando vienen a Venezuela se vuelven redomadamente obtusos.
No por ningún déficit alimentario, sino porque eso es parte esencial del negocio.