12/8/18
La hora de la derecha liberal está llegando en Venezuela. Después de más de medio siglo de experimentos izquierdistas, desde la socialdemocracia al socialcristianismo hasta venir a recalar en el comunismo castrista puro y duro, por fin la conciencia colectiva, ya escaldada con tantos desastres, parece desplazarse hacia el otro extremo. El mismo Lenin decía, citando a Aristóteles sin nombrarlo, que la mejor manera de enderezar una barra torcida hacia un lado es torciéndola en sentido contrario.
Las corrientes que se han hecho más visibles podrían resumirse en cuatro tendencias principales: Liberales clásicos, partidarios de la economía de mercado, defensores de la propiedad privada, promotores de un Estado mínimo, que sólo se ocupe de la defensa, seguridad y la resolución de controversias, como árbitro imparcial, que son las funciones para las que se creó originalmente.
Hay un segmento de los que prefieren denominarse Libertarios, que repudian por sobre todas las cosas cualesquiera tipos de controles, comenzando por los de la economía, pero de allí derivan a todas las esferas de la actividad humana que deberían ser completamente libres, sin ningún tipo de cortapisas ni restricciones, contractualistas y antiestatistas, no en balde se los califica, un poco peyorativamente, como anarco-capitalistas.
Ambos coinciden en el individualismo y en la fe inconmovible en el poder de la iniciativa privada de acuerdo con la cual todas las personas, actuando por su cuenta y sin ponerse previamente de acuerdo, orientándose exclusivamente por la búsqueda de la satisfacción de sus propios intereses van a generar, de una manera espontánea, un orden muy superior y más eficiente que el que pueda concebir cualquier planificación burocrática centralizada.
Pero hasta allí los acuerdos. Los Liberales clásicos se dividen en autonomistas, partidarios de una Confederación que elimine o lleve hasta el mínimo la centralización política territorial, privilegiando la autonomía de las regiones y de los entes locales, por lo que son tan enemigos del centralismo como del federalismo, por un lado; y los que se limitan al liberalismo económico, del laissez faire laissez passer, dejándole la política a los políticos.
Quizás el desacuerdo más radical con los Libertarios sea su inclinación al ateísmo, por lo que no se sabe cómo interpretan el lema In God we trust estampado en el dólar o si no se lo toman en serio y creen que puede recortarse y conservar el resto de la moneda incólume. En verdad, es expresión de una convicción fundamental que sirve de argamasa de la sociedad y sus instituciones y no se puede prescindir de lo que simboliza sin capitular al materialismo.
Así, la tercera corriente es la de los Conservadores. Tradicionalmente el pensamiento conservador ha estado representado por la religión en general, la Iglesia Católica y otras tendencias cristianas evangélicas, pero también otras religiones no cristianas, agrupaciones herméticas, ocultistas, sociedades secretas, como la masonería y los rosacruces, quienes han tenido una discutible representación e influencia política desde la Independencia.
Los partidos conservadores del siglo XIX fácilmente se hubieran podido intercambiar con los partidos liberales, tanto en sus programas políticos doctrinarios como en los liderazgos personales que los encabezaban. No eran auténticos conservadores y liberales, como parece que sí fue el caso en Colombia, por poner un ejemplo cercano.
La emergencia del conservadurismo político en Venezuela sería toda una novedad, si es que llegara a cristalizar en un partido político serio. No como ocurrió con el Movimiento de Acción Nacional, de Germán Borregales, que terminó formando parte del folklore criollo. Muy anterior fue la Unión Nacional Estudiantil que dio origen el partido socialcristiano copei que, como se sabe, sucumbió al socialismo cristiano y se volvió revolucionario.
Con las victorias de Donald Trump y de Iván Duque, el conservatismo se ha puesto de moda, paradójicamente, un conservatismo moderno, aunque mantiene su convicción en un orden natural, de progreso continuo, una sociedad orgánica y de respeto por la jerarquía.
Por último pero no menos, los Nacionalistas. Esta corriente quizás sea una respuesta al internacionalismo socialista que ha subordinado los intereses nacionales a un movimiento mundial en el que se han dilapidado energías y recursos que hoy hacen falta en el país.
Por esto ponen en énfasis en “Venezuela primero”, recuperar la riqueza petrolera para invertirla en el país y transformar el medio físico, el ámbito territorial en que se asienta la población, esa unidad de cultura, idioma, costumbres, que comparte una historia común, según la idea clásica de Nación que es la base de la formación del Estado Nacional.
El antecedente más reciente de esta concepción política puede encontrarse en el Movimiento de Integridad Nacional de Renny Ottolina y la más remota en el Nuevo Ideal Nacional del General Marcos Pérez Jiménez, su propuesta es simple: transformar el medio físico para desarrollar la conciencia, elevar la moral y la autoestima del venezolano, que es la base, el fundamento de la nacionalidad. Más que la democracia, su gobierno ideal es la meritocracia: el ascenso de los mejores, el culto de la excelencia.
El denominador común de todas estas corrientes tan disímiles y a veces contradictorias es el anticomunismo, para unos por su idolatría del Estado y desprecio absoluto a los valores privados, para otros por su carácter totalitario controlador de todos los aspectos de la vida, para aquellos por ser revolucionario, para estos por su internacionalismo, tan mal entendido, peor aplicado e intrínsecamente antinacional.
Si se ponen de acuerdo, el país será otro.