26/8/18
Nada es más poderoso que una idea a la que le ha llegado su hora, se repite frecuentemente. A una sociedad harta de colectivismo, controles y uniformes le bastaría fijarse en lo que los comunistas abominan para descubrir su norte: pluralismo, capitalismo, propiedad privada, libre iniciativa, economía de mercado, es decir, la orientación que debe seguirse para salir de ellos, del socialismo en cualquiera de sus variantes.
Curiosamente, a pesar de su bondad esencial e inmenso atractivo, las ideas liberales tienen un pésimo mercadeo, de hecho, hasta hace poco, casi nadie las defendía abiertamente y eran casi un insulto del que había que defenderse, como que llamen a alguien “neoliberal”, pero con la intención de insultarlo o descalificarlo.
La izquierda siempre ha operado de la misma manera, poniendo “el mundo al revés”. Desde el mismo nacimiento de su distinción respecto a la derecha, que ritualmente se remonta a la ubicación de las facciones en la Asamblea Nacional Francesa, nunca se aclara quién tomó primero su posición y debió ser la derecha, que esta a la diestra del poder en oposición a la siniestra, esto es, los que representan al Bien en oposición a los que representan al Mal.
“Una chispa de Dios arde incluso en Samael, la encarnación del Mal, el otro lado o lado izquierdo”, dicen los cabalistas. “Sitra ahra, el lado malo y sitra di-smala, el lado izquierdo, son metáforas muy frecuentes para referirse al poder demoníaco” (G. Scholem).
En la izquierda se ubican los que rechazan a Dios, materialistas, comuneros, que lo proclaman con desafiante orgullo; frente a creyentes, idealistas, que se orientan por fines trascendentes, el clero, la nobleza, los que en una sociedad normal se consideran de buena familia, aquella que estos revolucionarios luchan por subvertir.
Con el tiempo la propaganda incesante ha logrado en cierta forma invertir las cosas, trocar lo que solía considerarse bueno en malo y viceversa, alabar la vulgaridad y descalificar la urbanidad, ostentar la ignorancia y humillar la cultura, vestirse palurdamente para hacerse el popular y rebajar la decencia, preferir la grosería al buen gusto: la lista puede ser tan interminable como conocida, por lo que podemos abreviarla.
Un ejemplo es la manida expresión “ser rico es malo”, de donde debería deducirse que “ser pobre es bueno” y la extrema pobreza entonces es extremadamente buena. Lo inexplicable es cómo pueden presentar como un logro del régimen haber disminuido la pobreza extrema, ni porqué pretenderían eliminar la pobreza, en general.
El discurso comunista nunca ha sido coherente y jamás ha conquistado a ninguna mayoría en ninguna parte, tanto es así que su progreso siempre ha sido clandestino, ocultándose a sí mismo hasta un momento ulterior en que, una vez en el poder y vistos los excelentes logros de su administración, entonces quizás podrían revelarse como lo que siempre fueron, para recoger los laureles; o no, mantenerse para siempre en la sombra de sus conspiraciones.
El discurso liberal ha incurrido en el error de confiar en que podría imponerse por sí mismo, por su invencible lógica interna, que sería aceptado pacíficamente por cualquiera que se limitara a considerar las cosas del mundo con cierta imparcialidad.
Hoy en día parece bastante claro que individuos dispersos actuando cada uno por su cuenta no pueden permanecer libres enfrentados con las formidables organizaciones totalitarias de los socialistas.
La paradoja de los liberales es que el individualismo no se aviene para nada bien con la organización colectiva, algo en que los socialistas llevan una amplia ventaja por su misma mentalidad colectivista.
Pero una economía de mercado, con libre iniciativa y respeto a la propiedad privada requiere de un contexto jurídico y político que le sea propicio, no puede existir en un Estado que esté controlado por socialistas, que tienen en estos factores a sus enemigos doctrinarios.
De manera que todo parece muy claro: los liberales tienen que promover un movimiento de opinión profundo, que cambie la mentalidad y la percepción que tienen las personas no sólo del liberalismo, por un lado, sino de los enemigos de la libertad, por el otro. Hay que poner el mundo otra vez al derecho, así como Marx se ufanaba de haber puesto a Hegel de cabeza, invirtiéndolo todo, se deben poner de nuevo los pies sobre la tierra.
Es increíble que no exista un movimiento de trabajadores liberales, orgullosos de sus empresas, con sentido de pertenencia y espíritu de cuerpo. Es falso que el liberalismo sea un movimiento por y para los empresarios, cuando en realidad los que más se benefician de él son los trabajadores, las personas que luchan por salir de abajo y ascender en la vida.
Raya en lo insólito que incluso los mismos comunistas lo pasan mejor, tienen más derechos y disfrutan de más seguridad en un régimen liberal que bajo uno comunista, que pugnan por imponer, donde, por lo que demuestra la historia, son los subsiguientes aplastados por la maquinaria burocrática totalitaria, de manera que, si supieran lo que les conviene, no encumbrarían a sus futuros verdugos.
Las ideas de libertad señalan el norte del que no hay que desviarse nunca, resistiendo los cantos de sirena que pregonan la supremacía de lo colectivo sobre lo individual, siendo la verdad que el único camino para alcanzar el Bien Común es a través de la satisfacción de los intereses individuales, lo inverso resulta, sencillamente, absurdo.
Y cuando se gana la batalla de las ideas lo demás se nos da por añadidura.