LUIS MARÍN / JEREMY CORBYN: EL ENEMIGO CONSECUENTE




16/9/18




Un apoyo de Chávez y ahora de Maduro en Europa es JC, líder del Partido Laborista Británico, su vocero en el Parlamento y seguro candidato a Primer Ministro en las próximas elecciones, lo que presagia un porvenir siniestro, en el estricto sentido de la palabra, para la Libertad.

JC llama públicamente a Maduro para felicitarlo, no se sabe por cuál de sus grandes logros y se despide convencido de que ambos luchan por la misma causa, que otro mundo es posible, “otro mundo de socialismo, de paz, sin pobreza”.

A la muerte de Chávez declara que “es una gran inspiración para todos nosotros, luchando contra las políticas de austeridad y de economía neoliberal en Europa, mostrando que hay diferentes y mejores maneras de hacer las cosas: eso se llama socialismo, eso se llama justicia social y esto es algo en lo que Venezuela ha dado grandes pasos”.

“Millones de personas en Venezuela no quieren volver ¡a la corrupción!, ¡a la autocracia!, ¡a la clase obrera en la calle!, ¡a que se le negara la educación al pueblo!, este es el momento del cambio…”.





















Lo primero que salta a la vista, además de su ignorancia supina sobre la situación real en Venezuela, es que se forma un criterio basado en su “percepción por contraste”: si Estados Unidos critica al régimen, algo bueno debe estar haciendo; reforzado en su “percepción por identificación”: si Cuba lo apoya, ¿qué más hace falta? Todo lo que digan los  medios sobre lo que pasa aquí, no importa lo bien documentados que estén, es “propaganda imperialista”.

Al anuncio de la muerte de Castro declaró que es “la mayor (huge) figura de nuestras vidas”. “El héroe revolucionario más importante en la historia de todo el planeta en el siglo XX, desde su revolución en 1959…”.

“Él brinda un servicio de salud de buena calidad para todo el pueblo de Cuba, una educación de buena calidad para todo el pueblo de Cuba y, por supuesto, tuvo una política exterior global, pero particularmente importante en África apoyando a Angola contra el régimen del apartheid.” “La historia mostrará que Castro fue algo como la figura clave, él es alguien que estará con nosotros para siempre.”

Lo que resulta más desconcertante es contrastar a JC consigo mismo, por tomar sólo un ejemplo, es un crítico acerbo y despiadado del sistema educativo británico, que considera un obstáculo para el ascenso social, lo que ya es extraño en un socialista. ¿Cómo puede preferir aquella lavadora de cerebros, esa fábrica de adoradores de Castro, donde los niños gritan diariamente: “Pioneros por el comunismo: ¡Seremos como el Che!”? Y movilizados para perpetrar los llamados “actos de repudio” contra disidentes a los que llaman gusanos.

¿Qué logros científicos y tecnológicos, cuántas innovaciones que hayan cambiado nuestras vidas han salido de allí? ¿Cómo puede preferir eso a un sistema educativo donde van a formarse las élites de todo el mundo, desde China y Rusia hasta los reinos árabes?

Una posible explicación es que JC no juzga los sistemas educativos por sus contenidos ni por sus resultados sino por su “equidad”. Lo que no soporta del sistema británico es su desigualdad, mientras que el cubano sería, según él, igualitario; a despecho de que la aristocracia revolucionaria castrista sea más exclusivista que la aristocracia británica.

JC ha conducido al PL a abandonar la socialdemocracia o la tercera vía de Tony Blair, para tomar una deriva extremista, abiertamente anticapitalista y antiliberal. Si tuviera que elegir a un héroe para poner en su escritorio dice que elegiría, entre muchos, a Salvador Allende.

Sus humildes partidarios lo alaban por decir “algo genuino”; los académicos porque sería “completamente honesto, absolutamente decente” y él se esfuerza por parecer simple y llano, con un meticulosamente estudiado aspecto desaliñado, tipo “working class”, aunque nunca haya trabajado porque es un revolucionario profesional desde la adolescencia; pero lo grave es que bien se le podría llamar, sin ofender,  míster medio-discurso.

Por ejemplo, de Chávez dice que “habla a favor de los palestinos”, no que maldice a Israel desde el fondo de su alma, de sus vísceras, dos piezas inseparables del discurso chavista.

Interrogado sobre si es marxista, confiesa que ha leído poco a Marx, lo que es muy creíble, pero se siente cautivado por su visión de la historia, digamos, el paso del feudalismo al capitalismo, pero hasta ahí; nada del paso del capitalismo al socialismo que fatalmente lleva a la dictadura del proletariado, algo que Marx consideraba su mayor descubrimiento; ahora bien, lo que se opone a la libertad en la historia es la necesidad, la predeterminación.

JC arremete contra Donald Trump en el Parlamento por echar abajo los acuerdos sobre refugiados, sobre el cambio climático, dice que aprueba el uso de la tortura (¿?), que incita el odio contra los musulmanes y ataca directamente los derechos de las mujeres. ¿Qué más tendría que hacer para que su invitación a visitar al Reino Unido sea revocada?

En cambio, invita a “nuestros amigos” de Hamas y Hezbollah al Parlamento, incluso a un jeque extremista, Raed Salah, que ha hecho fama y fortuna con la tesis de que los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron perpetrados ¡por los judíos!

Asimismo, el apartheid no es un hijo legítimo del colonialismo británico en Sudáfrica, como lo es la invención de los campos de concentración, sino que es propio ¡de Israel!

Declara que “algunos sionistas no entienden la ironía inglesa, a pesar de haber vivido en el RU por muy largo tiempo, probablemente todas sus vidas”, con lo que traza una línea poniendo a los ingleses dentro y a los judíos que llama despectivamente “sionistas”, afuera, ergo, no son nacionales sino extraños, aunque llegaran hace casi mil años con Guillermo El Conquistador.

JC se resiste a suscribir la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional en Memoria del Holocausto, aprobada por 31 países incluso el RU, porque él mismo cae dentro de los ejemplos de esa definición y arrastra al PL a esa repugnante polémica.

Para JC y sus amigos difamar a Israel diciendo que es un “Estado nazi” y que su mera existencia es un “proyecto racista” constituye un derecho, puro ejercicio de la libertad de expresión.

En la manifestación que encabezó contra la visita de Trump proliferaron las banderas de la Rebelión Árabe, las consignas contra “la ocupación” y “la liberación de Palestina desde el río hasta el mar”, algo incomprensible si el repudio era contra el presidente de EEUU.

No obstante, dice que él no es antisemita y que el antisemitismo no tiene cabida en el PL, un partido oficialmente racista, que dio el peligroso paso de asumir el antisemitismo político, esto es, utilizar el odio contra los judíos como factor de unidad nacional contra el extraño, como herramienta de agitación, movilización, organización y propaganda. Una historia tan harto conocida como sombría.

Si a sus camaradas no se les ocurre nada mejor que llamarlo honesto y decente lo de lamentar es que en el RU se haya perdido por completo el sentido de la decencia.


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