18/6/19
En medio de la mayor crisis humanitaria de la historia latinoamericana, equiparable a las peores que en el mundo han sido, ¿qué pueden hacer las delegaciones en Caracas que no sea declarar orgullosamente que sí, que esto es lo que ellos proponen para el resto de los respectivos países de dónde provienen?
Un hecho desconcertante, porque no basta toda la inversión ideológica a la que la izquierda global nos tiene acostumbrados para trocar lo negro en blanco y lo que está a la vista en quiméricas fantasías: esto no puede ser una meta para nadie en su sano juicio.
No obstante, la tradición comunista está poblada de consignas como “no pasaran”, de mitos como “el sitio de Stalingrado”, o la mentalidad de “plaza sitiada” que constituye Cuba en los últimos sesenta años.
Estas concepciones hincan sus raíces en los tiempos heroicos del comunismo, en las grandes catástrofes y conflictos que han cimbrado la historia de la humanidad para cambiar su rumbo en dirección completamente inesperada e impensable en los períodos anteriores de relativa normalidad.
Tanto es así que los revolucionarios auténticos se convierten en unos nostálgicos del futuro, añorando la llegada de esos períodos en los que “lo extraordinario se vuelve cotidiano” como sinónimo de revolución y que les permite abrigar la ilusión de que están “escribiendo la historia”.
No importa que una y otra vez se demuestre que la historia no la escribe nadie, como no sea póstumamente, después que todo haya pasado y cuyos resultados nunca son lo que se han propuesto los actores, que la historia si bien puede tener actores, ciertamente no tiene autor, ni guionista.
Todos los ensayos de ingeniería social, de edificar la nueva sociedad y al hombre nuevo, desde el experimento nacionalsocialista y fascista, hasta el comunismo soviético, han terminado en memorables cataclismos que todavía hoy nos asombran; pero extrañamente el socialismo encuentra energías renovadas para volverlo a intentar una y otra vez con idénticos resultados.
De manera que la intransigencia ideológica nos conduce a la política del atrincheramiento, no existe ninguna posibilidad de concesiones, ni retroceso, al contrario, cualquier intento en este sentido se considera como claudicación, sino francamente un acto de traición.
Frente a los revolucionarios organizados y armados, no existe ninguna otra alternativa que no sea la victoria, derrotarlos en el terreno o en cambio sucumbir a sus quiméricas ilusiones historicistas, la idea de que el futuro se puede construir según planes preconcebidos.
Decir que el régimen cubano apoya al de Venezuela para mantenerlo en el poder a cualquier costo es no ver el tema en toda su amplitud, que realmente existe un plan para expandir el comunismo en todo el continente, incluso en los EEUU, tarea en la que se han logrado grandes avances y en la que no están dispuestos a retroceder.
El FSP gobierna en al menos diez países latinoamericanos y está en coalición en España, es la principal oposición en otros tantos, conquistó a México y su próximo objetivo declarado es Colombia. La agresividad e intransigencia les ha dado buenos resultados, ¿por qué tendrían que cambiar su política? La consigna es: “Unidad, lucha, batalla, victoria.”
Son bien conocidas las líneas maestras de política implementadas por las organizaciones que se agrupan en el FSP, por lo que su par dialéctico debe seguir otras en sentido diametralmente opuesto: de derecha, liberal, pro capitalista, en estrecha alianza con EEUU e Israel.
Aunque no existe nada equivalente a la mentalidad de trincheras en el ideario liberal, que más bien tiende a la funcionalidad y al sentido práctico, es indispensable crear un anti-Foro de Sao Paulo que le haga frente en todo el continente, con innovación y creatividad.
El eje de la nueva política muy bien podría también perfilarse en Caracas.