Luis Betancourt Oteyza / El Pueblo nunca se equivoca…
La primera vez que oí esa frase tan manida fue la noche de los escrutinios de las elecciones presidenciales de 1983, cuando Rafael Caldera, todavía calderista y copeyano, reconocía a las puertas de su comando de campaña, “Cujicito”, su derrota frente a Jaime Lusinchi. Me llamó la atención por elegante y altiva, generosa si se quiere, y por rimbombante. Le quedó bien pensé, pero no me convenció; lo que había ocurrido era muy malo y sus consecuencias, sin contar entonces con la injerencia de su secretaria todavía, ya anunciaban un desastre del tamaño de “El mejor gobierno de la era democrática” como nos iba a machacar Carlos Croes, desde su genial gerencia de relaciones públicas del desaguisado que vivimos entre 1984 y 1989. Todos sabemos en qué terminó ese “mejor gobierno”: desmoralización de su partido Acción Democrática, puntal del sistema, por la vía de las canonjías y los cargos; corrupción en los altos estratos civiles y militares; reservas inexistentes, agotadas; la fragua de “El Caracazo”, como se recuerda ese desmadre de menesterosos pedigüeños robando pantallas planas y licores, con la excusa del hambre; y, un CAP, más soberbio que su sucesor, que ya es decir, despreciando todas las alarmas militares y de inteligencia, cual un Medina Angarita ante su 18 de octubre, para legarnos esta tragedia que no parece tener fin ni sindéresis.
Desde entonces hemos sufrido gobiernos mal encaminados y peor gerenciados sin que nadie osara recordar que eran producto del “acierto popular”. Esa paradoja, aunada a mi mala digestión del anuncio de Caldera en 1983, me ha convencido, no obstante, que tuvo razón, que es cierto, que no son los pueblos los que se equivocan sino los que pretenden dirigirlos y los manipulan, poniéndole la mano a sus anhelos y esperanzas, para luego dejarlos a un lado, mientras señalan a otro culpable de lo que ellos han propiciado o no han sabido aprovechar para todos.
Un ejemplo de ello es la abstención inercialmente voluntaria de los electores a concurrir a votar en las elecciones para la Asamblea Nacional en el 2005 que hoy todos, desde el Cardenal hasta Baduel, pasando por los noveles líderes, se atreven a criticar, sin recordar que fue un gesto no inducido, espontáneo, producto del hartazgo y la desilusión que colmó a los venezolanos como consecuencia de la actitud boba de eso que se llamó la “Coordinadora” y sus voceros, en el manejo del “referéndum revocatorio”, con las firmas desconocidas por “planas”, a sentencia del Mandón, y el subsecuente y dócil “reafirmazo”, para concluir respetando los anuncios de las autoridades chavistas del CNE, y luego, “privados” (por respeto al lector), terminar aceptando un resultado indigno desde todo punto de vista. Qué otra reacción podían esperar los partidos de ese pueblo que combatió, y esperó justicia y libertad el 11 de abril de 2002 sino un retraimiento en su acción, una general abstención. Y eso fue lo que ocurrió, nada más. El pueblo no fue culpable de nada, sus dirigentes sí.
Pero los pusilánimes de siempre, que hoy parecen haberse adueñado del escenario político para hacer la debida pareja en la comparsa de estos tiempos con Chávez, tratan de hacer ver y crecer una culpa general por ese hecho, y ocultar así sus escasos arrestos para aprovechar ese gesto de insubordinación general que descalificó, no sólo la asamblea electa con un 8.5% de los electores, sino a todo un régimen deslegitimado en su base y sustento popular. Luego el pueblo no se equivocó. Se equivocaron sus “dirigentes”. No fueron los adecos, copeyanos, masistas, urredistas, salasistas, primerojusticistas, y etcéteras, los que fallaron al no ir a votar, sino los que hablaban por ellos al no cobrar esa revuelta, única en nuestra historia democrática reciente. Hasta hubo uno de ellos, insólitamente importantisado hoy, que, de espaldas a sus conmilitones y pueblo, declaro que él “sí había votado, aunque nulo” en un extremo gesto ridículo de querer quedar bien con dios y con el diablo.
Hoy estamos viviendo uno de los peores capítulos de nuestra vida republicana, con un desaforado al frente del gobierno, un falso diputado al frente del parlamento y una procesada y sancionada por malos manejos en la judicatura al frente del poder judicial, y nos empeñamos en denigrar del 11 de abril de 2002, en el que esos patriotas, a quienes después no les dio la gana de ir a votar por los diputados en el 2005, lograron sacar, a costa de sus 19 muertos y más de 100 heridos, solamente en Caracas, a Chávez de Miraflores. Están buscando todas las críticas y errores posibles en el único venezolano que se expuso integralmente a asumir la responsabilidad de sustituir a Chávez en el poder, sin atender que ello al final no fue posible, no por su culpa sino por los mequetrefes civiles y militares que no supieron estar a su altura. Creo que mejor estaríamos si los políticos de la hoy MUD hubieran acompañado a Pedro Carmona Estanga en su intento de ese irrepetible momento. Tienen hoy otra oportunidad pero parece que otra vez, como en el 2002 y 2005, la quieren perder, y perdernos a todos. Se han empeñado en acompañar a Chávez en una elección, en vez de ocuparse en sustituirlo. Están jugando a la normalidad electoral frente a un régimen que lo dirige un deslastrado de escrúpulos democráticos, legales y humanos como Hugo Chávez. Churchill, el genial héroe del siglo pasado, sentenció que “había que ser un imbécil para tirarse al agua para luchar con un tiburón” y se refería a un ambiente dominado por un CNE parcializado, un Registro Electoral cautivo, unas máquinas electrónicas inauditables y una milicia hecha del Plan República: las aguas del tiburón ¿Por qué la MUD se empecina en llamar a unas primarias en un país donde las elecciones no sirven, por ahora, sino para levantar una insurrección a lo árabe? ¿Qué les pasa? Los chilenos para sustituir a Pinochet, que era un Señor Dictador en comparación con Chávez, no armaron unas primarias en su Concertación, sino que hurgaron en sus filas para encontrar al político civil que mejor manejara la transición de un régimen militar a una normalidad civilizada, sin romper con las fuerzas armadas chilenas, y encontrado éste, se empeñaron en el cambio y lo lograron. No inventaron esta suerte de juegos florales u olimpiadas bobas que ahora llaman “primarias” para rescatar a su país para la libertad y la legalidad, y actuaron conscientes de que los pueblos nunca se equivocan, sino que los que se equivocan, como el capitán del Titanic, son quienes los tratan de dirigir mal.
Los peruanos no serán los culpables de que mañana Humala o Fujimori manden en Perú sino los Toledo, Castañeda y Kuczynski que no supieron cohesionar con generosidad una clara mayoría a la mano alrededor de una sola opción democrática. Pero como nadie escarmienta en cabeza ajena, aquí iremos a primarias en febrero.
Caracas, 16 de abril de 2011
Luis Betancourt Oteyza
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