El eslogan “Hasta el final” es una frase recurrente en el discurso político. Su aparente firmeza y determinación lo convierten en un recurso atractivo para los líderes que buscan conectar con los ciudadanos y transmitir un mensaje de compromiso. Sin embargo, detrás de esta simple frase se esconde una compleja red de significados y manipulaciones.
Una de las principales características de este eslogan es su ambigüedad. ¿A qué “final” se refiere? ¿El final del chavismo? ¿El final del proceso revolucionario? o simplemente ¿el final del gobierno de Maduro, entendiendo a éste como el eje principal del problema?
Esta falta de concreción permite a ese liderazgo adaptar su discurso a las circunstancias y evadir responsabilidades en caso de no cumplir sus promesas.
Al utilizar una frase tan abierta, se crean expectativas poco realistas en la gente, lo que, eventualmente, va a generar frustración y desesperanza cuando los resultados no sean los esperados. Es un eslogan que apela a la emoción por encima de la razón. Se busca con él, conectar con el corazón, y que la gente deje a un lado la evaluación racional de la propuesta política. Esta estrategia es eficaz para movilizar a las masas y generar en ellas sentimientos de determinación y lealtad, pero oculta la falta de profundidad sobre la magnitud del problema que estamos enfrentando.
El problema de Venezuela es complejo y muy grave. Sin embargo, el eslogan “hasta el final” sugiere que existe una solución simple y rápida. Esta simplificación excesiva de la realidad, lleva a una visión distorsionada de los desafíos que enfrenta y va a tener que enfrentar la sociedad, y genera falsas expectativas en la misma.
El “hasta el final” solo sirve para manipular a las masas; al ser ambiguo, emocional y simplista, oculta realidades aún más dolorosas que están resumidas en la ya conocida frase de Noel Leal: “Quiero salir del chavismo, pero la oposición no me deja.”
Es fundamental que los ciudadanos sean críticos y despierten a la realidad.
Isa Blohm