20/6/13
Decía el padre Veermersch*, profesor de la Universidad Gregoriana, que “la virtud moral que mayor falta le hace a los hombres contemporáneos, es la Fortaleza. De hecho, vivimos en una época en que son extremadamente raros los hombres de verdad, de fibra, que se apoyan moral y psicológicamente sobre si mismos, y no sobre otros, como los niños; hombres grandes que hacen cosas grandes, y así afirman, prácticamente. La diferencia entre la humanidad y el del reino animal.
Lo que hay por ahí son unos homúnculos desfibrados, “fantasmas de hombres”, hombres sin varonilidad, rasos, indistintos, incapaces de verdaderamente amar como de odiar verdaderamente, mediocres en el bien como en el mal, que no pueden ser felices ni infelices propiamente hablando, porque no son capaces de gozar ni de sufrir propiamente como hombres.
De ahí resulta este ambiente tibio de nuestro tiempo, que es más inhumano que deshumano. Es verdad que nuestro tiempo es de los mas crueles que se hayan conocido; pero esta fría crueldad es Casi involuntaria en si misma, resulta de la esterilidad de los corazones, de esta falta de generosidad, de apetito para lo que es digno y excelente (…) Por eso mismo nunca se hablo tanto de derecho a la felicidad, al amor, a la comprensión. Pero, lo que existe en realidad, es sensualidad, comodísmo, falta de vergüenza; puros movimientos animales de la naturaleza humana, nada específicamente racional.
¿No será hoy en día una novedad afirmar que el amor es propiamente un acto de la voluntad y no de sensibilidad? (…) es esto lo que le falta al mundo moderno: sentir menos, amar más. (…) ¿Será de extrañar, por lo tanto, esta actual complacencia con los errores y las inmoralidades? Nunca se tuvo tanto miedo de condenar, de discernir, de separar los campos, como si el error y la verdad, el bien y el mal no debiesen guerrear implacablemente. El hombre moderno, entretanto, procura conciliaciones y compromisos porque tiene miedo de enfrentar tal guerra, porque las cosas son arduas, y también mas nobles (…)”