Durante décadas, la narrativa oficial del establishment político ha pintado una imagen idílica de la gestión de la industria petrolera venezolana, PDVSA, bajo los gobiernos socialdemócratas de Acción Democrática (AD) y Copei. Se ha ensalzado una supuesta época dorada posterior a la nacionalización, un período de bonanza y progreso impulsado por la riqueza del subsuelo venezolano. Sin embargo, una mirada profunda a los datos revela una realidad mucho más sombría: una historia de negligencia, desinversión y decisiones erróneas que sentaron las bases para el declive posterior de la principal empresa del país.
Este artículo no busca otra cosa que desmantelar ese mito, exponer la ineficiencia de la administración “adecopeyana” y demostrar, con números irrefutables, cómo su gestión no solo dilapidó la riqueza petrolera, sino que también sembró las semillas de la crisis que Venezuela enfrentaría años después. Lejos de ser un ejemplo de administración exitosa, la gestión de PDVSA por AD y Copei se erige como un claro ejemplo de oportunidades perdidas y una visión cortoplacista que priorizó el gasto populista sobre la inversión estratégica a largo plazo.
Para entender la magnitud del problema, basta con un dato revelador: el ingreso petrolero captado por el fisco venezolano en 1974 igualaba la suma de toda la década de los 50. Sin embargo, a pesar de esta abundancia sin precedentes, los gobiernos de turno no solo incurrieron en déficits, sino que también se endeudaron a tasas elevadas. ¿Cómo es posible que una entrada de recursos tan masiva no sea suficiente para mantener la estabilidad económica? La respuesta se encuentra en la mala administración y la falta de visión estratégica.
Un “indicador espejo” de esta negligencia estatal en el sector petrolero es la alarmante caída en las nuevas inversiones a largo plazo. En 1957, la inversión anual en el sector rondaba los 4,9 mil millones de dólares. Para 1960, esta cifra se desplomó a tan solo 1,8 mil millones, representando una disminución del 63%. Esta sequía de capital se prolongó hasta 1976, evidenciando la desconfianza del sector privado, directamente relacionada con la ruptura del “pacto fiscal” conocido como cincuenta-cincuenta. Los daños causados por esta desinversión crónica fueron profundos y, como los hechos demostraron, irreversibles para los gobiernos socialdemócratas.
Si bien entre 1976 y 1984 se produjo un nuevo ciclo de inversiones, acumulando 48,6 mil millones de dólares en activos fijos, la realidad es que la industria ya se encontraba en una trayectoria descendente. Veamos algunos ejemplos concretos:
1. El Declive en la Producción. Venezuela comenzó a experimentar una disminución en su producción petrolera en 1971, pasando de 3,6 millones de barriles diarios (mb/d) a tan solo 1,6 mb/d en 1985, a pesar de un contexto internacional donde la producción global crecía. Es crucial destacar que esta caída no se debió a las cuotas de producción de la OPEP, las cuales se implementaron una década después.
2. El Aumento Exponencial de Pozos Abandonados y Cerrados. Entre 1957 y 1999, el número de pozos cerrados se triplicó, mientras que los abandonados casi se cuadruplicaron. Los pozos operativos apenas muestran un incremento marginal. Lo más preocupante es que la posterior Apertura Petrolera logró moderar esta tendencia negativa, lo que sugiere que la gestión durante la nacionalización había exacerbado el problema.
En esa fase, apenas el 35.83% de los pozos estaban activos, mientras que el 62.08% restante se encontraba cerrado o abandonado. La inyección de capital durante la Apertura, junto con una menor incertidumbre y cambios en los incentivos, logró revertir parcialmente este deterioro, pero el daño acumulado durante la era socialdemócrata adcopeyana fue demasiado extenso.
3. El Deterioro en la Refinación. Durante la época de la nacionalización, la refinación de petróleo experimentó un decremento anual del -1,17%. Esto significa que, año tras año, se refinaba menos petróleo. La capacidad de refinación instalada también sufrió una caída del 2,08%.
4. La desaparición del Activo Fijo. Las salidas de capital, las constantes devaluaciones y la falta de inversión para cubrir la depreciación provocaron que el activo fijo del sector petrolero se consumiera prácticamente cada cuatro de cada cinco años durante la gestión socialdemócrata adcopeyana, previa a la apertura petrolera.
También resulta paradójico que el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, figura emblemática de Acción Democrática, sea a menudo aclamado, ignorando la enorme volatilidad que experimentaron las tasas de inversión durante su mandato. Esta volatilidad es un factor crítico para el desarrollo económico sostenible a largo plazo, y la gestión adecopeyana precisamente nos privó de esa sostenibilidad, conformándose con un crecimiento artificial y efímero.
Para ilustrar aún más la magnitud del problema, Venezuela necesitó atraer 196 mil millones de dólares en inversión privada para compensar la formación de capital subóptima generada durante los gobiernos socialdemócratas de los adcopeyanos. A pesar de los intentos del sector público por subsanar esta deficiencia, inyectando un exceso de 106.7 mil millones de dólares, el déficit de inversión agregada aún ascendió a la alarmante cifra de 101.3 mil millones de dólares.
El resultado inevitable fue el colapso del sistema, demostrando la incapacidad del sector público para reemplazar al privado en la dinamización de la economía. Esta situación se traduce en una menor productividad de la mano de obra, aumento del desempleo y caída de los salarios.
La gestión de AD y Copei implantó el socialismo de su tiempo, un socialismo “light”, pero sus resultados fueron tan deficientes que pavimentaron el camino para el descontento popular que llevó a la elección del criminal comunista Hugo Chávez en 1998. Si bien el remedio resultó ser peor que la enfermedad, es innegable que existía un mal previo, el puntofijismo, un bipartidismo marcado por 40 años de gobiernos populistas, demagogos, corruptos y, en esencia, socialistas, que no fueron otra cosa que un chavismo en cámara lenta. Los datos, fríos e implacables, así lo confirman.
En conclusión, la narrativa de una PDVSA exitosa bajo la administración de AD y Copei se desmorona ante la contundencia de los números que no mienten y datos que matan esos relatos. La desinversión, la caída de la producción, el deterioro de la infraestructura y la mala gestión financiera son hechos innegables que demuestran la profunda negligencia de estos gobiernos en el manejo de la principal fuente de riqueza de Venezuela.
Llamamos a la reflexión: ¿Es hora de revisar la historia oficial y reconocer que las políticas implementadas por los gobiernos socialdemócratas de AD y Copei no fueron el modelo de éxito que se nos ha querido hacer creer? ¿Entendemos ahora mejor las raíces del descontento que llevó al surgimiento del chavismo? La verdad, respaldada por los números, nos obliga a cuestionar las narrativas complacientes y extraer lecciones valiosas de un pasado que, lejos de ser glorioso, estuvo marcado por la oportunidad perdida y la semilla de la crisis futura.
La lección es clara: ningún monopolio estatal, por bienintencionado que sea, puede sustituir al sector privado, la transparencia y la competencia. Venezuela necesita una PDVSA privatizada y libre de ideologías. Como demostró la Apertura de los 90, incluso en medio de crisis, la inversión privada puede reactivar la industria… si el Estado no la asfixia.
Ghittelman Gutiérrez
Fuentes:
Informes técnicos de PDVSA (1976-1999)
Banco Central de Venezuela: Estadísticas petroleras 1950-2000
Banco Mundial: Productividad laboral en industrias extractivas (2002)
Universidad Simón Bolívar: Estudio sobre migración calificada en Venezuela (2001)
Libro “¿Eso es todo lo que tienes, Democracia?”, de Pedro Lárez.