Un lugar donde la parcialidad con Venezuela cobra cuerpo

Un lugar donde la parcialidad con Venezuela cobra cuerpo

¡Ay Caridad qué lejos estás!

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Hablar de cualquier disposición a la bondad es difícil a pesar de existir definiciones que establecen que ‘bondad’ es hacer el bien a los demás sin esperar nada a cambio ; pero hablar en específico de la ‘caridad’, es aún más complicado porque nos encontramos ante escenarios en dónde muchos están convencidos de saber qué es lo conveniente para los necesitados, perdiéndose así su sentido bondadoso y la correcta interpretación de su práctica, pudiendo ser usada ésta como medio para manipulaciones y engaños, y es aquí en donde radica su dificultad como cualidad, pero de esto poco se dice, ni tampoco se tiene presente que es la sociedad quien lo pauta todo y es ésta quien nos indica la manera de hasta cómo ser buenos.

En relación a las virtudes en general, éstas fueron concebidas sabiamente para combatir los vicios y para ser beneficiados espiritualmente por éstas hay que saber para qué sirven. Según este principio, la caridad evita y corrige el pecado de la avaricia y en algunos casos también el de la vanidad. Documentos antiguos hacen mención de esto, por ejemplo, la Biblia en su Antiguo Testamento cuando se refiere al diezmo, como mandamiento de dar al servicio de Dios, o el evangelio de Mateo 6:3 cuando dice: que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, y así señalar que estos mandamientos no albergan intenciones externas. Las Religiones hacen referencia del dar como gesto divino y hasta quienes no son creyentes lo consideran también como bondadosa cualidad.

La caridad como todo también ha evolucionado a través del tiempo hasta llegar hoy en día a su total institucionalización, y como todo en nuestra sociedad también tiene sus organismos y leyes gubernamentales que la regulan y más allá de las nacionales las hay también a nivel internacional. Muchos países actúan en conjunto de manera coordinada y efectiva, difundiendo la práctica de la generosidad mediante la donación de dinero y bienes públicos y privados a diversas causas que ellos determinan como prioritarias. Y es que la caridad da para todo, hasta para utopías usadas como estrategia política. Es por esto que la caridad en la actualidad es prioridad, moda y noticia, y toda celebridad, gobierno y empresa tienen su ONG, fundación o causa propia. Pero como todo en esta vida tiene su yin yang , y sin carencias no hay caridad, esas dos fuerzas contrarias que hacen un todo, no permiten que ni las virtudes se escapen de este principio. Es por esto que se hace imprescindible gente necesitada que demanden de muchas instituciones benéficas y cuando algo prolifera de manera desmedida como en este caso los recursos, nunca serán suficientes ni destinados para corregir las causas que originan esas carencias, por este motivo es que surgen organizaciones que detrás de una fachada de bondad, esconden oscuros propósitos y múltiples delitos; un medio de enriquecimiento ilícito y de propagación de desgracias.

Desde mi niñez, la práctica de esta virtud creó en mí sentimientos encontrados y hasta algún trauma, y ​​no por falta de generosidad de mi parte. Resalto que la experiencia no es la misma para quien estudió en una institución religiosa en donde es requisito, como para quien lo hizo en otro tipo de escuela ya sea privada o pública. Estudié en una escuela pública hasta el segundo grado de primaria en donde las maestras pedían a los padres de alumnos de mejor condición económica colaborar comprando algo de útiles o uniforme para algún niño humilde del salón, es que así se le llamaba antes a quienes tenían menos, y por medio de esta política todos disponíamos de los mismos recursos, mi única confusión con respecto a eso de los niños humildes era el por qué lo eran, para luego enterrme que ser humilde no es un asunto de carencias sino de falta de vanidad y es que de alguna manera había que denominarlos, para que no sonara discriminatorio. Mi niñez fue confusa porque no entendía muchas cosas que se contradecían o se les llamaban por otro nombre, y si preguntaba al respecto, no obtenía respuestas convincentes, por esta razón hice de la observación y la reflexión mi único medio para llegar a la verdad.

Cuando pasé al tercer grado mis padres me inscribieron en un colegio católico y fue allí en donde me impartieron mi primera enseñanza en relación a las virtudes, la primera lección, la de la caridad, y con apenas nueve años y recién haber ingresado, una religiosa me entregó un cartón el cual tenía instrucciones para doblarse y convertir en alcancía, y yo de ingenua me dije que no  necesitaba de esa caja porque en casa tenía una más bonita, un lindo cofre, pero resultó que esa caja de cartón no era para mis ahorros sino para pedir por las Misiones, una causa para la cual colaboraban los colegios católicos reuniendo fondos para los pobres, y esa alcancía había que devolverla llena antes de una fecha, ese mismo día no sólo aprendí lo que la caridad era, sino también que ésta tiene fecha de caducidad. En fin, aquello fue abrumador para mí, eso de salir a pedir para otros me pareció vergonzoso, y me preguntaba: por qué no  vender galletas como los Scout; por qué los pobres no piden por ellos mismos. Aunado, mi madre no me dejaba  asomarme sola ni a la puerta de casa, y a quién le pediría si todas las hijas de mis vecinos estudiaban en el mismo colegio y tenían las mismas alcancías, y fue entonces cuando supe por primera vez de una imposición en nombre de  Dios. Pero como todo no son penas, mi padre notó mi tristeza y al llegar del trabajo todos los días, iba llenando con monedas mi alcancía, hasta quedar ésta repleta, acción que le agradezco por siempre, en tanto me hizo la caridad de líbrame de esa injusta imposición de salir a pedir para una gente que estaba lejos y no conocía.

Los siguientes tres años de mi primaria, año tras año recibí una alcancía y ya en bachillerato ésta fue sustituida por un talonario de rifas que también compró mi padre, pero sin importar el formato y a pesar de que este último incluía un premio, esa práctica la seguía rechazando. Y es que ese asunto de pedir por caridad no era algo exclusivo de mi colegio lo cual  pronto me enteré,  sino que de manera extendida era práctica común en muchos ámbitos sociales y de aquella  noble causa por motivos compasivos pasó a ser  parte de una cultura de rifas y loterías que se impuso. Y para quienes nacimos en socialdemocracia, fuimos sus mayores víctimas, y  fue tan desmedido su uso que hasta el gobierno nacional y los regionales, tenían sus propias loterías cuyos fondos financiaban sus causas, las cuales eran originadas por sus malas gestiones. Recuerdo que además de las rifas, a éstas se le sumaron todo tipo de eventos como tele maratones, cenas de caridad, una red innumerable de actividades para recaudar dinero  y todas esas causas llevaban pomposos nombres  de primeras damas, santos, insignes ciudadanos, enfermedades, que les identificaban. Recuerdo la locura de esa época cuando todo el mundo vendía rifas sin control, sólo bastaba con ir a una librería comprar un talonario para justificar cualquier propósito y así desde el bedel, la doméstica, el empresario, todo el mundo rifaba  algo sin control.

Y mientras las instituciones del Estado se hacían cada vez más ineficientes, la población crecía, el desempleo se aceleraba y las carencias de la población se multiplicaban. Fue cuando surgieron asociaciones para atender enfermedades específicas, escuelas, albergues, comedores, todo tipo de centros de ayuda que antes no existían, y   mientras hubiese gente con recursos para colaborar, las rifas y donaciones no se detendrían, como tampoco la esperanza de ser ganadores de algo.

A mediados de la década de los 80’, las rifas y los medios para recaudar dinero disminuyeron a consecuencia de aquel Viernes Negro y la mendicidad en las calles se hizo presente  y  esa fea condición se hizo normalidad, proliferando niños, mujeres embarazadas, ancianos, discapacitados y todo impedido pidiendo en cualquier espacio público o privado. Para la década de los 90’ la cantidad de mendigos en nuestras ciudades era considerable, un grave problema que recuerdo lo resolvían los gobernadores de la manera más mezquina y era  enviándolos a otros Estados, y como los mendigos regresaban al lugar de donde procedían, decidieron enviarlos al único Estado insular seguros de que no regresarían. Hasta los de la capital los enviaron a la Isla de Margarita, y es así como en democracia los gobernantes resolvían los problemas y hacían caridad. La  cantidad de mendigos en la Isla fue alarmante,  gente sucia y hambrienta por todas partes en una entidad en donde pocos habían; el gobernador  de entonces dueño de la empresa de Ferris, los mandó a recoger y contrató una flota de autobuses y cuando los indigentes estuvieron limpios y alimentados, los regresó a tierra firme  en sus barcos a los que le impuso más control y mandó a supervisar todos los puertos de la Isla para que no los devolvieran.

Muchas cosas  ocurrieron en aquella Venezuela rica, la saudita, la democrática, la chévere de la cuál muchos presumían, cosas que pocos vimos con preocupación; desde aquellas inofensivas colectas y rifas por caridad a cómo de éstas se pasó a la indigencia por culpa de sus gobernantes y de la gente que les votó, sin percatarse que toda esa miseria que generaron les abriría las puertas a un régimen depredador, una revolución criminal que se tardó 40 años en llegar para convertir a nuestro país en referente de lo peor, y en donde el mejor  donativo que puede recibir un venezolano es un boleto que le saque de ella.

Ya para inicio de este nuevo milenio los espacios para hacer caridad eran pocos y muchos de quiénes  lo  promovieron o  fueron voluntarios en el pasado, cayeron en desgracia como todo el país, y después de haber dado tanto y necesitado de ésta, no recibieron nada a cambio. Una cosa  que hizo la revolución y me sorprendió fue como por acto de magia hizo desaparecer los niños de la calle en condición de abandono y a los mendigos, nunca pude saber dónde los metió.

El tiempo fue pasando entre colas, delitos, elecciones, protestas y cuentos de magnicidios, y así transcurrieron 17 años cuando ocurrió un nefasto episodio que es importante resaltar, la escases de medicamentos y alimentos procurada por el gobierno para culpar a los Estados Unidos por las sanciones económicas que este país le había impuesto, y ante la falta de recursos gran parte de la población salió en estampida en una diáspora que ya venía de manera progresiva. Fue entonces cuando la caridad llegó del extranjero. Venezolanos emigrados enviaban medicamentos y alimentos a familiares y conocidos, al mismo tiempo que asociaciones internacionales lo hicieron a través de instituciones, muchas de estas religiosas y así evitar el pillaje, porque fue una época en que hasta los donativos los vendían, es que la peor de las miserias es la del espíritu.

    Con el pasar del tiempo los venezolanos que emigraron dejaron de enviar ayudas y sintiéndose ajenos al problema sólo quedó la ayuda extranjera para minimizar esa tragedia. Todo esto sucedía mientras se construían bodegones,  supermercados, centros de entretenimiento de lujo,  pero medicinas no habían por culpa de esas injustas sanciones. Tal desmedido derroche se  hizo marcado contrastado con el gran deterioro y la miseria en que habían dejado al país. Pero lo peor estaba por venir, una pandemia que confinó  a todo el planeta, pero a Venezuela las desgracias le llegaron por partida doble, y es que en el año 2019 además del virus, tuvimos dos presidentes, dos asambleas, dos de todo lo malo, una Kakistocracia por partida doble. Este nuevo presidente fue reconocido por 60 países, un gobernante que administró el dinero de los activos de Venezuela en el extranjero y también las ayudas humanitarias enviadas por otros países, y todo lo gestionaban desde el móvil porque sede de gobierno nunca tuvieron, y mientras la pandemia avanzaba, importantes montos les otorgaban para  caridad,  los cuales  justificaron haber entregados a distintas ONG,  organizaciones de las que poco se supo cómo tampoco el destino de esos beneficios. Además del dinero recibido también empresas internacionales colaboraron donando alimentos cuyas marcas no se vendían en el país,  pero que de manera repentina llenaron los estantes de supermercados para después  desaparecer de los mismos. Igual pasó con medicamentos e insumos hospitalarios donados a los que se les perdió el rastro y mientras que estos delitos ocurrían en este nuevo gobierno, el otro, la tiranía, hacía operativos de vacunación y venta de medicamentos de extraña procedencia que causaron mucho daño a la población ya  enferma. En ese tiempo se impuso un nuevo requisito para beneficiarse de su caridad, un carnet, para que la gente ya acostumbrada a la mendicidad pudiera  beneficiarse con algo de dinero.

¡Todo muy triste! ¿Cómo un país tan rico como Venezuela pudo llegar a este grado de destrucción y miseria? ¿Cómo se permitió que esto sucediera? Un país que hoy se desvanece ante la indiferencia y el odio, un país destruido por los suyos, como un Saturno que se devora a su hijo, lo mismo han hecho los gobernantes que él conoce.

Hoy tristemente contemplo los despojos de lo que fue mi país, uno que se fue desmoronando ante mis ojos mientras transcurría mi vida; uno que nunca pude comprender porque éste se negaba a toda lógica; uno que lo regalaba todo, que se negoció a la grandeza para rendirse ante una ideología perversa; uno en donde quienes juraron defenderla la entregaron a invasores extranjeros para luego hincarse ante ellos; un país que su gente desprecia; un país de disparates, en donde sus políticos sin distinción de partidos son su peor enemigo; un país en donde sus sobrevivientes están hoy más vulnerables, olvidados y sometidos por una tiranía que cada día está más fortalecida y que se ensaña contra ellos con más fuerza.

Desconozco la salida, lo que el futuro nos depare porque hoy todo es confuso en todas partes, lo que sí tengo claro de esta ingrata experiencia, es que la autentica caridad es la que no se necesita. ¡Ay Caridad que lejos has estado de Venezuela!

Abril de 2025

Carla Di Bon

@CarlaDiBon

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