Un lugar donde la parcialidad con Venezuela cobra cuerpo

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Un lugar donde la parcialidad con Venezuela cobra cuerpo

La Nicheidad

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Genny De Bernardo comparte historias de nuestra maravillosa América:

La Nicheidad  

   Nuestra realidad nos define, somos valores, familia, creencias, todo lo que percibimos, somos  tantas influencias ajenas a nosotros mismos que saber lo que realmente somos es  tarea difícil que pocos consiguen. De estas influencias externas que nos modelan, las sociales son las que más dominan, y si éstas provienen de una sociedad dañada entonces estaremos ante individuos ignorantes y peligrosos que sólo se identificarán con ésta; generalmente suelen ser una mayoría hacinada en empobrecidos espacios, no tienen apegos, y sus referencias de lo estético las definen su descuidado entorno. Replicándolo a dónde vayan, su pobreza no sólo es material sino también de estima y valores, y cambiar esa cualidad sólo se puede lograr por medio de la imposición de un orden estricto, modificación de ese entorno y el factor tiempo.

    Escarbando en mi memoria  busco  indicios en mis recuerdos desde cuando todo comenzó a volverse feo y malo en mi país, y fue desde que la gente comenzó a hablar con frecuencia de delitos en la década de 1970, y ya en mi adolescencia este tema era relevante como también las  conversaciones acerca de mecanismos propios de protección, porque ya las leyes ni las autoridades eran garantía de seguridad, y así fue cómo desde muy joven comprendí que la impunidad genera fealdad y que el delito tiene que ver con la proliferación de la pobreza, una que se incrementó de manera veloz debido a una oleada de inmigrantes que fueron llegando a Venezuela desde esa década y, en esa época también entendí que la belleza y el refinamiento son condiciones que se procuran.

    Observando y reflexionando hice registro del  lamentable proceso de deterioro de mi entorno, espectadora de algo que los demás se negaban a  aceptar, vi como todo era disminuido estéticamente al mismo tiempo que nos restaban derechos, tales como no poder usar mi cadena de oro porque si la llevaba tentaba a los delincuentes; mi casa  convertida en prisión y el cambio de su plácida apariencia al igual que el resto de mi ciudad. Ya  en la década de 1980  las alarmas estuvieron de moda y por todas partes sonaban a toda hora, recuerdo que en mi casa durante la noche a partir de cierta hora quedábamos recluidos dentro de nuestras habitaciones porque sus sensores internos la hacían sonar al menor movimiento y ponían en alerta a toda la cuadra, cuando alguna vez esto sucedía mi padre salía de su recámara como quien salta de una trinchera listo para ir a la guerra, y así fue como perdimos el derecho de estar seguros dentro de nuestras casas. Muchos otros derechos fuimos perdiendo, y si alguna vez se hizo denuncia pública de ésto, fue en época de elección, promesa de campaña que pasaba al olvido para ser retomada en el siguiente quinquenio, y así como si nada grave estuviera  pasando, lo bonito iba siendo reemplazado por lo feo, sin que nadie dijera nada, y a eso lo llamaron progreso, un caos que vino acompañado de corrupción, feas estructuras de concreto y baratos elementos urbanos.

    Aquella fue la época de las vallas y fachadas empapeladas por todas partes, improvisados conos (cajas, sillas, neumáticos,..) que garantizaban la exclusividad de un puesto de  estacionamiento en la vía publica, la lista es  infinita, y ya en la década de 1990  llegó  lo más espantoso, grandes vallas permanentes con los rostros de servidores públicos con altos cargos, lo que me hizo presumir que para aspirar a los  mismos había que ser feo y borracho, debe ser por eso que nadie decente se postulaba en aquel  entonces en mi ciudad, y a cada hueco de calle que ordenaban remendar bajo jugoso contrato, le acompañaba una valla de éstas, a todo lo insignificante que hacían, instalaban una valla que nosotros pagábamos, y es que hacer lo que corresponde en Venezuela nunca fue un deber sino un acto de heroísmo que la gente debía agradecer como quien recibe caridad.

    Así fue como desde niña me quedé esperando por esos lindos parques con fuentes, museos y amplias plazas. Gracias a Dios fuimos bendecidos por una grandiosa naturaleza que aminoró mis traumas, y ya siendo adulta fue que tuve la fortuna de viajar lejos, y fue entonces cuando pude satisfacer esos deseos, y de esta experiencia concluí que si en tu entorno hay armonía, éste te dignifica y su gente es ordenada y agraciada como el mismo, y si en Venezuela no hay espacios así es porque les fueron negados por sus gobernantes, al igual que muchas otras valiosas infraestructuras en todo su territorio.

  Mientras más identificaba estos dañinos cambios lo que más me sorprendía era la indiferencia ante éstos, y es que cuando hay plata y no se tienen propósitos de generar más riquezas, ésta se emplea en peligrosas distracciones. Nos resistimos a ver cómo la socialdemocracia con sus vicios iba haciendo desaparecer a ese venezolano hermoso, talentoso y respetuoso, para convertirlo en su peor versión, la cual el socialismo perfeccionó y llamó  cínicamente el “hombre nuevo”.

    Del gran daño que hizo la socialdemocracia deformando valores y desmejorándo todo lentamente, el socialismo lo continúo de manera rápida y agresiva y de este nuevo modelo de venezolano hoy resalta su precaria manera de hablar, malas maneras y fea apariencia, que sin distinción de clases es criticada y rechazada en el extranjero.

    Ya en la  década del 2010,  este nuevo hombre, imagen de su creador, es masa que habla, luce y valora sus ideales, personas permeables a cualquier influencia de ideas progres y de izquierda, de vanos placeres, que rechaza lo que no es igual a ellos, altanero y vulgar.  Es también en esta época cuando los odios comenzaron a radicalizarse, muchos venezolanos emigraron y dentro del país surgió el rechazo de una parte de la población, conservadora y nacionalista, a este nuevo dañino modelo. Un choque entre el hombre nuevo y el venezolano que ama su país y se opone a esta nueva cultura que realza lo feo e incorrecto, a la que el chavizmo impone como identidad nacional.

    Fue en esta época cuando comencé a escuchar el uso frecuente de un adjetivo para calificar con desprecio a todo lo que el socialismo hacía y a este nuevo modelo de venezolano, también empleado con rabia para referirse a cualquier político  sin distinción de partido, a todo lo malo y feo, y recuerdo que a todo eso se le comenzó a señalar de niche. Adoptamos entonces ese término, le dimos significado propio y hasta lo convertimos en cualidad, una que le da carácter distintivo al mayor rechazo, a todo lo altisonante, no sólo en lo visual, auditivo, sino también en lo moral, sin distinción de raza o condición.

  Lo niche en Venezuela puede ser muchas cosas tales como los murales socialistas, las agencias del Estado, sus empleados, monumentos, nuestros documentos de identidad, imágenes  de culto  en espacios públicos o comunes, las colas, los bonos, cierta música, vestimenta, las groserías y malas maneras, todo aquello malo y feo que el socialismo permite y  genera haciéndolo cultura, la Nicheidad le da carácter a todo esto, es más que apariencia física o estilo de vida, es ausencia de una conciencia digna que nos eleve al rango  de ciudadanos.

Gracias.

 

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